Creo que fue uno de los primeros artistas que vi en el Teatro Coliseo, ya como técnico de Cultura. Ha llovido. Le disfruté como integrante del grupo “Estamos de los Nervios”, uno de los bastiones del tejido cultural de nuestro pueblo y que, sobre todo, hacían del humor su modo de vivir, algo más que una seña de identidad. Blas Martínez, era un hombre divertido, muy divertido. También era un hombre sensible. Una bondad encerrada en un corpachón que hacia justicia y le daba cabida, con amplitud, a ese gran corazón suyo. Siempre tuvo palabras amables, acompañadas por uno o dos chistes, siempre estuvo dispuesto a arrimar el hombro a la llamada de sus compañeros de filas, teatrales, en este caso. Amigos que lloran su partida y que le recuerdan de la misma manera: con tristeza pero con un pequeño esbozo de sonrisa.
Su gran amigo, Diego Marín, le dedicaba, esta misma mañana, estas preciosas palabras:
“ALGÚN HOMBRE BUENO: Este domingo de resurrección, sobre las 5 de la madrugada, navegando entre las brumas del sueño, de pronto, escuché risas, más bien carcajadas. Parecían venir de todas partes y de ninguna en particular. Me incorporé buscando la causa de tal algarada, y no fui capaz de descubrirla. En un arranque de intuición creí discernir, que venían de arriba, del mismísimo cielo. Cierto que era día grande, día de gozo, me esperaba pues, sonido de trompetas, clarines, aleluyas, etc.… pero ¿Carcajadas? De todas formas, a las pocas horas el motivo se hizo luz en mi entendimiento. Mi compañero y amigo Andrés, aquel al que todo el mundo llamaba Blas, y Melocotón, como el mismo se definía, había decidido mudarse de domicilio, comprobar por sí mismo, como es la vida en el otro lado, y por aquella hora, ya debía estar en el cielo haciendo de las suyas. Y es que este singular hombretón, con quien compartí tantas noches de ensayo, tantas actuaciones, viajes, charlas y celebraciones, y amistad, tenía la sutil virtud de trocar en risa la tristeza, el malhumor, la desesperación y los contratiempos. Su inagotable repertorio de chistes hacía que siempre tuviese el adecuado para cada ocasión, por tanto, con él, nunca valían enfados. ¡Mira que eres melocotón! En una ocasión llegó a encargarme que, el día de su muerte, celebrásemos una gran fiesta, y le pusiésemos un “chato de vino” encima del ataúd, que ya se las apañaría para bebérselo. Lo siento amigo, pero me ha sido imposible. El ojo a punto de lágrima, no me permite ver lo suficiente como para descorchar la botella, y la mano a punto de tiritera, no me deja cortar las tapas siempre necesarias. Lo siento compañero, no puedo hacerlo, no estoy hecho de tu misma pasta. Eso sí, si me permites un consejo, pregunta ahí arriba por una famosa cantina que atienden Rafa Marín y el Chico Pegote, creo que ponen unos chorizos ¡Que saben a la misma gloria! San Pedro y su séquito, están de enhorabuena, o quizá no, porque con Blas por allí arriba se acabaron los salmos y la paz celestial, preparaos ahora, para reír a mandíbula batiente, hasta que se estremezca la misma alma. Que te vaya bien compañero, pero que sepas, que estés donde estés, seguirás siendo siempre ¡Un Melocotón!”
Diego J. Marín. Grupo “Estamos de los Nervios”
Ahora, Blas, lleva su sentido del humor allí donde, seguro, más se necesita. Que alegre, allá arriba, al personal pues falta hace en unos tiempos tan tristes y tan concurridos, desgraciadamente, por aquellos lares. Buen viaje, amigo, tu recuerdo seguirá siempre latente entre todos los que te quieren: familia, amigos…La misma latencia que se quedó en las tablas del Coliseo y que tanto te quisieron también.
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