Imagen

Lágrimas de Mar: Un pequeño cuento ecologista de Manuel Jiménez

¡NO TENGO TANTA PACIENCIA, QUE SOY VIEJA Y ESTOY MEDIO CIEGA! ¡NO TE NECESITO PARA NADA! ¿ME OYES?

Claro que no tengo tanta paciencia. No contesta. Ni se roza conmigo lo más mínimo. A mí me da miedo por si le hago daño, que mis tentáculos son cortitos, pero hieren. Nunca de manera consciente, vaya. ¡Cómo voy a hacerle daño a semejante preciosidad, si me tiene fascinada! Todavía no entiendo el porqué de este trance, fíjate. Será por su color, o por sus muchos colores, mejor dicho. No había visto nada igual en mis seis meses de vida. Parece deforme, dentro de la deformidad propia de nuestra especie, que tampoco es que yo tenga la elegancia sofisticada y regia de una morena. Ella tampoco nada de una forma…¡Cómo diría!, ¿agraciada?. Es más torpona que la mía. Ni sube ni baja, casi siempre se mantiene un poquito por debajo de la superficie, como muerta. Arrastrada. En otras ocasiones gira de forma tan brusca que me cuesta seguirla. Si no fuese por esa extraña coloración la podría perder de vista en menos de lo que una lágrima de pez se diluye en el mar. Lágrimas de mar, así nos llaman ellos. Me encanta esa definición.

¿Y esta qué tendrá, que me hace sentir tan especial? Ella, que nunca me habla. Sigue sin mediar palabra conmigo y eso que llevamos más de una semana buceando juntas, o flotando, desde que se separó de su enjambre. Sí, de aquella extraña familia de medusas. Yo también me he separado de la mía solo por estar a su lado. ¡POR ESTAR A TU LADO!, ¿ME OYES? Mi parentela se va marchando hacia la costa, allí se está más calentito que en este mar abierto y hay muchas más posibilidades de alimentarse, de hartarse, hasta la umbrela, de plancton. Mi familia y yo viajamos mucho, últimamente, a las orillas de los mares porque ahora es más fácil el desplazamiento. Ya no nos helamos de frío ni hay barreras infranqueables. Dicen mis parientes que es porque el mar está a punto de hervir y que cualquier día vamos a morir todas a la vez. Una sopa, fea de grande, de carne transparente. Menuda tragedia y ¡qué asco!

Yo a lo mío ¡Fuera dramas! Total, muchas se quedarán por el camino, por viejas o porque terminen devoradas por alguna de esas criaturas a las que no le cortamos la digestión. Yo también lo soy, ya lo he dicho. ¡YA TE LO HE DICHO! ¡VIEJA! Estoy a punto de entrar en el tramo final de mi gelatinosa vida y por eso tengo tanta prisa con todo. ¡POR ESO, ¿ME OYES?! Nada. Sorda y altiva como una manta-raya. Por cierto, ¿no me estaré equivocando de especie? Entre que mis terminaciones nerviosas empiezan a fallar y que casi no veo nada…

En fin. Me tiene hipnotizada en vida. Sus movimientos lentos, sus reflejos de cristal. A veces su cuerpo filtra la luz del sol y los rayos que desprende se entierran en las profundidades en una especie de espiral de colorines que se asemejan a los de ese llamado arcoíris que a veces vemos a lo lejos, sobre la superficie. No me cansaría nunca de observarla, dentro de lo poco que mi desgastada mirada me deja. Es tan bonito dejarse llevar por la corriente, junto a ella… En ocasiones lo hacemos en paralelo-horizontal, hasta que vira bruscamente. Un día de estos me mata del susto.    

Pero mientras llega ese fatídico momento aprovecharé la circunstancia. No tengo tiempo. Tengo prisa. Mi familia ya estará instalada en sus nuevas aguas. Le hablo de ellas. Le cuento que nos gusta el calor, que nos dejamos llevar, planeando todas juntas, por el agua salada, de un lado para otro, a veces con el claro convencimiento de a dónde nos dirigimos, avivadas por nuestros propulsores, y otras tantas a merced de la corriente…Como tú, que pareces boba, hija. Siempre lo mismo ¿A dónde irás con tan poca prisa y con tan mala leche?

Le sigo contando que nuestra vida en comuna no deja de ser agobiante, a pesar de los festines. No es fácil convivir así, con tanta medusa, joven y vieja, y en un espacio tan reducido, apelotonadas como pompas de jabón, en una suerte de agua caldosa y moteada de vida microscópica. Parece que no hay más mar que el que nos rodea a nosotras. Que no es vida, oye. También resulta peligroso, y así nos lo hemos comunicado unas a otras. Lo es porque nos temen. Sí, esos seres deformes de largos tentáculos, que acaban en otros más pequeños. Cuerpos del color de las gambas conquistados por esa especie de bosque coralino diminuto; triste y negro. Animales de tierra poco gráciles en el mar. Torpes que chocan contra nosotras y gritan. Nos cazan, nos arrojan fuera del agua, nos revientan, nos estiran, con palos, eso sí, por si acaso. Somos intocables y malas para ellos. No sé si a ti te habrá pasado algo parecido ¡QUÉ NO SÉ SI A TI TE HABRÁ PASADO ALGO PARECIDO ¡ 

No me oye. Ni siente, ni padece. Ella nada y nada como si su propia existencia le importara lo más mínimo. Ni la vida ni la muerte, ni los nutrientes, ni los depredadores. Sin rumbo definido ¿No me habré equivocado? ¿Estará jugando conmigo? Creo que no. No me rechaza, no se revuelve contra mí. Eso es por algo ¿no? Sea como fuere esta última semana está siendo una de las más especiales para mí y todo es por su culpa. Siete días en los que me ha dado tiempo para soñar que alguien me podía enseñar a besar sin que el roce de nuestros ‘lo que sea’ me hiriera de muerte. No es fácil besarse si eres una medusa y aunque todavía no lo ha hecho estoy convencida de que acabará rendida a mis atrayentes cambios de color. Igual no se fía aún. Tengo que convencerla de que mi especie no necesita del otro para procrear. Yo soy autosuficiente. Por lo tanto, mi amor es verdadero. No hay ningún interés carnal, que una es muy decente, solvente y muy dada a no depender de nadie. Estaría bueno, ahora, al final de mis días. 

El viento ha cambiado arriba. Hace tirabuzones con el agua de la superficie. Viento y mar que parecen reírse del mundo. Me gusta cuando pasa esto. Es como si el aire bailara con las olas. Ahora son pequeñas, pero suficientes porque están provocando movimientos internos. Las corrientes también empiezan a jugar. Me voy a dejar llevar por ellas. Es el momento de la partida, la definitiva. No puedo, ni quiero, esperar más. Que el océano me arrastre donde quiera o deba. No quiero volver al cobijo familiar. Ya no. Hasta la idea de pensarlo me resulta…pegajosa. ¡ADIOS! ¡OPORTUNIDAD PERDIDA¡¡ME ECHARÁS EN FALTA! Ya lo creo que sí.

Espera, ¿soy yo o es ella la que se está acercando? Vaya, ¡que viene en esta dirección ¡ ¡no es posible! Directa hacia mí como un torpedo. No, se para. Se planta justo enfrente, suspendida, a escasos milímetros de mi paraguas de amor. Tan cerca y ¿tan lejos? Acabará maniobrando para volver a marcharse. Como si lo viera…Otro golpe de corriente, o quizás sean sus propulsores, pero ¡me roza!, ¡no me tiene miedo! Porque sé que no tengo corazón, si no diría que estoy al borde del colapso. Lo mismo estoy muerta ya. Se engancha en uno de mis tentáculos. ¡Qué fría es al tacto! Me espero lo peor, alguna danza de muerte que nos acabe paralizando a las dos y nos haga flotar inertes para acabar en el estómago de cualquiera, de algún ser inmune a las historias de amor. Al menos como la nuestra. No ocurre nada. Yo he cerrado hasta los ojos que no tengo. Sigo sin tenerlos, pero los abro.  Ella sigue ahí, como cosida a mi tentáculo derecho, el más largo de todos. El tacto es raro, como toda ella, así que no me sorprende nada. Eres lo más raro que me ha pasado jamás. Mantiene la distancia…Pero no se marcha. ¿Te vienes conmigo, entonces? Le pregunto. No hay respuesta. Me lo tomaré como un sí. Si no quisiera ya se habría soltado… ¿no?  

Ellas se alejan del lugar, lentamente, sin prisas y con movimientos muy poco acompasados.

Mientras las ve difuminarse, en el moteado del agua verdosa, un pez globo piensa para sí mismo: ¿a dónde irá la medusa enganchada a esa bolsa de plástico? Treinta segundos más tarde, ya no se acuerda de nada.

Deja un comentario