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Así fue la entrega del Premio Ciudad de Villacarrillo a Diego Marín

¿Quién es capaz de regalar sus propios zapatos a quien no los tiene ¿Quién se descalza para dar abrigo a los pies de otro…? Muy poca gente. Él lo hace; desnuda su alma de injusticias, de sinrazones, para vestirla de verdad. Desde que le conocemos es así. Una persona buena. Quizás habría que revisar las bases de este premio Ciudad de Villacarrillo para incluir en un futuro este requisito y que se denomine así: para ser premiado es imprescindible ser buena persona. Sencillo, ¿verdad? Porque simplificar las cosas hace que éstas sean mucho más entendibles.

Sesenta años le contemplan. ¿A qué edad se daría cuenta de las heridas que hacen que se desangre este mundo? De sus necesidades, de sus anhelos. ¿Cuándo fue consciente de que hay personas que necesitan de las otras para sobrevivir? Quizás le venga de cuna, de las lecciones de vida que aprendió de sus propios padres. Uno se forja a base de vivir, de reflejarse en los espejos de los que ya llevan delantera en ese cometido.

Un marinero con más luces que sombras, estibador de sueños y de viajes increíbles. Los viajes de la vida que te llevan a los lugares más emocionantes. De la mano de su mujer e hijas ese recorrido vital ha sido, es y será mucho más bonito, más llevadero, mágico, teatral…

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Y es que la vida es puro teatro ¿o no? Él también es capaz de imaginar historias que luego se llevan a las tablas de los teatros, en su mayoría de nuestro Coliseo. De este teatro cuyas telas y maderas han respirado todo tipo de ficciones, algunas superan la realidad. Diego navega entre el drama y la comedia, con la misma soltura. Las palabras fluyen y son terapia para el corazón. Y reflexiones…Le da vida a personajes que ríen a mandíbula batiente, sin complejos. Reír es la terapia más grande para cualquiera. Curar heridas ¿Cuántas suturas no habrá hecho este hombre a base de carcajadas? Cientos, miles…Del mismo modo que nos ha hecho pensar sobre esas grandes, y tristes, lacras sociales como la violencia de género, enfermedades mentales, bulling, la soledad…Teatro, repito, sí, pero a veces sin esa cuarta pared que separa ficción y realidad. Y hubo nervios y hay sonrisas de teatro. Hubo noches de verano y hay novatos…antiguos. Hubo revolú y hay promesa de mejora. Hubo, hay y habrá. Sobre todo, por esa obsesión suya de querer inyectar el veneno del teatro entre los más jóvenes. Esos que te siguen donde tú vayas, como si fueses un flautista perseguido por promesas, personas a medio crecer aún. Buscando, quizá, un reflejo. Buen espejo en el que mirarse, querido amigo.

Gente valiente. Corazones de acero. Gente buena, que, como decía al principio, en Villacarrillo hay de sobra. Y si no que se lo digan a todos esos voluntarios y voluntarias de ONG,s, o asociaciones, sin ánimo de lucro, en las que se dejan la piel muchos de nuestros vecinos. Pues bien, Diego es ese chaleco rojo y blanco que hemos visto al principio, ese pañuelo rosa, o ese otro morado, esos niños y niñas…ALES, Cruz Roja, VillaVida, Asociación Española contra el Cáncer, Cáritas, cofradías, particulares… ¿Dónde hay que echar una mano? ¿Aquí, allí? Sea donde fuere, cerca está Diego.

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Un hombre bueno y comprometido. Afable en el trato y resuelto en acciones. Un tren que arrastra, no sin esfuerzo, un sinfín de vagones en los que viajan las alegrías y tristezas de la vida; los sueños y las realidades; el perdón y el amor hacia el de al lado, sin importar condición, raza, religión, orientación…Todo se resume en esas tres palabras: un hombre Bueno…

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