Lorca en sus zapatos, en sus manos, en sus taconeos. El poeta y dramaturgo más desgarrador y critico, para con nuestra España profunda, está presente en los gestos, en las miradas, en las capas y volantes de una Ballet de Linares que quiere hacer de la danza literatura y viceversa. Mujeres encarceladas en su propia casa, de un país que las relegaba a un tercer plano a principios del siglo pasado. Mujeres tristes y sometidas por una madre envuelta en un riguroso y enfermizo luto. Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela cobran vida, sin decir ni una sola palabra. Sienten miedo, rabia, se apasionan por el joven Pepe “el Romano” y se autodestruyen (Adela) por un amor que, aparentemente, se acaba por un disparo materno. Poco podemos descubrir de este drama lorquiano que no se sepa pero hay que destacar la difícil tarea de trasladar a la danza todo ese sentimiento sin lo que conlleva un texto teatral y una representación propiamente dichos.
El Ballet de Linares, comandado por Ángel Solana y Marcos Cruz, no deja lugar a dudas, ni a la imaginación, y describe cada uno de esos sentimientos como si lo estuvieran declamando al público. Aunque aquí las palabras son pasos de baile, manos que oscilan de forma descarnada, ojos que se clavan como puñales y una pasión tan estremecedora que te deja sentado en la butaca, como con un peso extra.
Lorca en estado puro. Lorca en negro y blanco con algún que otro tono rojizo. Es el tercer espectáculo que vemos en el Coliseo del Ballet de Linares y el que más impactado nos ha dejado. Visualmente es tan elegante como minimalista. No hace falta mucho más. La austeridad del envoltorio es perfecta para el contenido. Después de Carmen, Bodas de Sangre y esta Casa de Bernarda Alba, los de Linares siguen insistiendo en llevarse a su terreno grande clásicos de nuestra Cultura Popular. Esperando con expectación sus nuevas propuestas.