– ¡Vamos María!- vocea el cartillero tras golpear la madera de la puerta con una de las palomillas que aprietan el libro de cartilla.
– ¡Voooy!- contesta aquella, con conocimiento certero de quién llama a su puerta.
– Simón, ponme dos sellos hoy- y alarga dos monedas de cinco pesetas, dos duros; el cartillero anota a lápiz el día de la fecha en dos casillas del grueso libro contable.
– Venga, hasta mañana- se despide de la clienta y cierra el libro; como referencia, deja atravesado el lápiz en la última puesta.
Camina por el acerado hasta el domicilio de la próxima parroquiana, sobre el hombro izquierdo lleva ahormada una pila de toallas y sábanas de variados diseños; de la mano derecha y sostenido por una cuerda, carga con un barreño mediano que contiene piezas de porcelana y loza que, al igual que los lienzos, ofrece a la clientela.
Al paso saluda a la abuela Conce, la mujer de Carrique que, sentada a la sombra, apura las pipas secas de melón que tiene extendidas sobre el halda.
Mientras recorre la calle ve venir, desde las Cuatro Esquinas, la enjuta figura de Luis, el cuñado de la Pura la del Callejón. A Luis no le gusta que los chiquillos nos metamos con él; cuando queremos que se irrite le voceamos: ¡Luis con la gorra llena grillos!, y nos persigue un buen rato, pese a su edad, durante el que adjudica a nuestras familias una serie de calificativos de poco brillo.
-¿Has visto a Diego, el campanero?- le pregunta a Simón con sus medias palabras.
-Luis, ahí enfrente vive; en la casa de López y la Dolores– y añade: ¿Pero pa qué quieres al campanero?
-Es que está noche me muero, me muero esta noche- responde vehemente- y quiero que me toque la agonía.
Raudo, se va hasta la puerta de López; la aldabea impaciente mientras grita llamando al campanero.
Simón deja a Luis en su desatino y se acerca a lo de la Alfonsa, la mujer de Cristóbal, el Rabadán. Antes de llegar a la casa, le llega el efluvio de tabaco verde que lía Cristóbal, sentando en el escalón de la puerta.
-¡Cristóbal, nos vas a envenenar!, fuma siquiera cuarterones- le reprende Simón sonriente y se ventila con la mano el rostro a modo de abanico.
-¡Eeeh, Simón!– le contesta Cristóbal, mientras guarda en el bolsillo del chaleco los chisques de yesca que ha utilizado para encender la gruesa tranca-. ¡No veas!, esto esta bueno hombre, y además no me cuesta na, na más que la yesca y el papel; ahí en el corral tengo docena y media de matas- le puntualiza, mientras da una voz a la Alfonsa para que salga a ponerle.
En el portal de la casa, un zapatero remendón, Juan, el hijo de Cristóbal, da brillo a unos femeninos zapatos de charol, tras la compostura del tacón tronchado.
Sigue Simón hasta la calle de Antón Pérez; reanuda el cobro, repitiendo una vez y otra, un día con otro, el fundamento de un sistema de venta innovador en Villacarrillo desde el primer día en el que un comerciante ubetense se decidió a implantarlo en nuestro pueblo.
La relación comercial entre La Cartilla y el público ha consistido, de forma general, en que la clienta retiraba del establecimiento el género que necesitaba: tejidos, ropa, sábanas, cubertería de alpaca El Gallo, loza, porcelana… El pago se hacía en forma fraccionada de pagos fijos de pequeña cuantía. Los empleados del establecimiento acudían diariamente hasta el domicilio de la clienta para cobrar la cantidad convenida; para ello cada empleado disponía de un grueso libro registro, aunque de tamaño manejable, en el que se anotaba la postura o sello. Centenares de hojas engrosaban el libro de cartilla. Estas hojas o fichas contenían un formulario con distintos apartados, en ellos quedaba reflejado el nombre y dirección de la cliente, la fracción dineraria convenida y una extensa cuadrícula en la que se apuntaba el día a día del pago. En el reverso, en blanco, quedaba constancia del género retirado.
“La tienda de La Cartilla” como se ha conocido este establecimiento desde su apertura, se abrió en Villacarrillo en el año 1950. Era su propietario JUAN RODRIGUEZ MARTÍNEZ, nacido en Úbeda en el año 1913. Desde muy joven tuvo por medio de vida el comercio: la recova, recorriendo los cortijos en una bicicleta (la palabra recova tiene su origen en el término árabe recua), por caminos intransitables, eludiendo la vigilancia de la Fiscalía de Tasas; de no haber dinero, cambiaba el género por producto de alimentación, como huevos, carne, hortalizas, etc.; abrió comercios de cartilla en Torreperogil y Torreblascopedro y a primeros de los cincuenta su vista comercial le determinó a establecerse en Villacarrillo.
El comercio que Juan abre en nuestro pueblo estuvo situado en la Plazoleta de Carbonell, frente al bar Puerta del Sol; al local se accedía tras bajar varias escaleras. El sistema de venta que empleó el comerciante, que ya le dio buen resultado en otros pueblos, fue el de cartilla en la forma que he reflejado con anterioridad. Por entonces, Juan dejaba a un encargado en dicho comercio: un vecino de Villacarrillo llamado Agustín Monsálvez, natural de Sabiote; al tener que atender los comercios mencionados, venía una vez en semana para “echarse un ojo” al negocio. En aquellas fechas sólo vendía en el comercio.
El día que emprendió la venta por cartilla salieron Agustín y él. Comenzaron en el inicio de la calle Ramón y Cajal, justo frente a la tienda. Tal fue el éxito que, a mitad de la citada calle, tuvieron que volver para aprovisionarse de más género. Este resultado, determinó a Juan a emplear más personal, por lo que sucesivamente entraron Antonio y Francisco Garvín Martínez, conocidos por los “Jereños”. El negocio fue hacia arriba y a mediados de aquella década trasladó el comercio a la calle del Carmen.
En el año 1958 se agregan al personal José Sánchez de la Cruz, conocido por “Chaparro” y José Vargas “Peseta”. Ese mismo año llegó, como meritorio, Simón Rodríguez Toral, hijo de Juan: contaba con catorce años y venía con pantalón corto; el chaval igual atendía al público que acompañaba a los empleados a cobrar; al poco tiempo, tuvo su propio “libro de cartilla”. Aclaro que cada uno de estos libros correspondía a un distrito determinado de Villacarrillo y estaba a cargo de un empleado.
En los primeros años en la calle Carmen, padre e hijo venían los lunes desde Úbeda en una moto: el padre conducía y el hijo, tras él, sujetaba los paquetes de los encargos; pasaban la semana en el negocio y dormían en una estancia del comercio; el sábado regresaban a aquella población. En invierno tal era el frío que Simón pasaba sobre la moto, que tenía que ponerse, sobre el pantalón de vestir, un vaquero negro varias tallas superior.
Con el tiempo Juan adquiere un seiscientos y al licenciarse Simón del servicio militar, regresan a Úbeda una vez concluida la jornada. Desde entonces miles y miles de kilómetros (ellos me aseguran que un millón largo). El vehículo seiscientos quedaba aparcado en la cochera de D. Leopoldón, que generosamente se la cedía gratis. La comida la negociaban en la tienda de Marcelo, situada en la misma calle, y la aviaban en la trastienda.
En los primeros meses de 1968 se incorporó al negocio Juanito, el otro hijo varón de Juan. Juanito, con el tiempo, recoge el libro de Simón y éste se queda con el libro que trabajaba Chaparro, al haber dejado éste el empleo; quedaba pues el negocio con Juan el padre en la tienda, como venía haciéndolo, y los hermanos Jereños junto a Juanito y Simón cobrando en la calle. Durante varios años compartió Juanito su trabajo de cartillero con el de jugador de fútbol en el C.F. Úbeda, club en el que desempeñó una brillante carrera deportiva.
Llega el año 1978 y Juan se jubila. El negocio se traslada a la calle Goya, entonces Capitán Cortés. Siguió el sistema de cartilla durante la década siguiente y a finales de la misma, deciden reestructurar el negocio al jubilarse los hermanos “jereños” Antonio y Francisco. Ya sin empleados, Juan y Simón se turnan en el cobro a domicilio, ahora de forma semanal.
El establecimiento de la calle Sor Ángela de la Cruz se abrió en el año 1992. El sistema de cartilla se conserva, pero se modifica la forma de cobro: es la clienta la que de forma periódica acudirá al comercio para efectuar el pago aplazado. Este traslado y el novedoso sistema de cobro fue un completo éxito. Con el cambio se incorpora a la plantilla Juanjo, hijo de Simón: la tercera generación de estos comerciantes en Villacarrillo. Simón se jubila en el año 2009.
Aparte de la actividad propia del negocio, ¿Quién no ha solicitado el favor de esta familia?: recógeme el DNI, las muletas, las plantillas, “tráeme los pantalones que compré en Berlanga, que los he dejado allí pa que les metan” (si bien ellos los tenían en su comercio).
Es una vida de entrega y de favores la que ha tenido esta familia de cartilleros con Villacarrillo. Justo es decir que por encima de la relación comercial con sus vecinos, prevaleció y prevalece un vínculo de amistad y familiaridad.
– ¡Vamos María!- vocea el cartillero tras golpear la madera de la puerta con una de las palomillas que aprietan el libro de cartilla.
Un chavalote menudo se asoma a la puerta y le espeta al cartillero:
- ¡Que dice mi mama que no está!
Francisco Coronado Molero
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