Hombres y mujeres y…poesía

Cómo se nota cuando uno ama la poesía. Cuando saborea cada palabra, cada rincón de unas frases escritas desde el centro justo del corazón. La poesía es belleza escrita, sí, pero también puede ser dolor, miedo, soledad, escarcha…El grupo de teatro DesC es una de esas formaciones jienenses habituales de nuestro Coliseo.

El pasado sábado rindieron el homenaje más elegante que se le podría ofrecer a dos de los más grandes maestros de la historia universal de las letras: Miguel Hernández y Federico García Lorca. Poco podemos añadir, que no se sepa, de estas dos figuras inmortales cuya temprana desaparición física, por obra y gracia de una guerra absurda (como todas), no hizo mella en su legado y mucho menos en su mensaje; el mismo que ha ido calando durante años y años en generaciones posteriores y que llega hasta nuestros días intacto. El arte de DEsC, con Pedro Güido a la cabeza, consiste en acercar, de una manera muy sencilla, ambas figuras al público en general; aquel que sabe de poesía y el que no la vive de una manera tan cercana.

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Su obra, Poetas del Amor, hilvana poesías de ambos maestros, explica parte de su vida; la cantan, la bailan, le ponen música y la declaman. Todo sin parafernalia superflua. Todo a base de una sencilla y eficaz puesta en escena que logra poner el vello de punta en muchas ocasiones. Porque no hay escenografía mejor que la palabra de los actores y actrices que conforman esta joven compañía. Desde “Nanas de la cebolla” a “Arbolé Arbolé” hasta terminar con…

En Viena hay diez muchachas,
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.

Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.

Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals de quebrada cintura.

En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llanto.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.

Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del “Te quiero siempre”.

En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orilla tengo de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor mío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.

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