Esta semana entrevistamos a un hijo de Villacarrillo. Un amigo cuya trayectoria artística está ligada a nuestro pueblo y, sobre todo, a una manera muy concreta de entender la música. En breve os desvelaremos su nombre y apellidos. Pero él ha conseguido que rememoremos una época pasada que fue muy importante para una generación de villacarrillenses.
Así que antes de publicar dicha entrevista, a las nuevas generaciones les voy contar una pequeña historia.
Nos trasladamos en el tiempo a finales de los años 80 y principios de los 90. Villacarrillo, a nivel musical, comenzaba a hervir por obra y gracia de los grupos de moda, por aquel entonces. 1989 fue el año del lanzamiento, por poner un par de ejemplos, del álbum en directo “101” de Depeche Mode o el “Disintegration” de The Cure. Ahí es nada. Poco antes tuve la suerte de vivir en primera persona la puesta en marcha de un garito pequeño y oscuro, después todo un templo, ubicado en la calle San Pablo 6, cuyo principal objetivo en un principio, me atrevo a decir que incluso por encima del meramente económico, era el de satisfacer las necesidades de ocio de su ideólogo, Antonio y sus más allegados, entre los que me incluyo. Recuerdo que incluso llegué a pintar aquel techo de negro, las paredes de gris, ayudé a colocar discos…Toda una aventura. Los inicios del Ikusi Makusi fueron duros, como los de cualquier negocio que se pone en marcha, pero quizá también por ese añadido diferente; por ser una propuesta nueva, poco habitual en un pueblo pequeño con una idiosincrasia muy definida. Era moderno, muy moderno. Las primeras noches las recuerdo más bien como una reunión de amigos alrededor de una música que era la ley dentro del pub. Antonio o Juan nos hacían descubrir nuevas propuestas: desde los mencionados Depeche Mode, The Cure o New Order, Erasure y Siouxsie a otros menos “evidentes” como Anna Domino, Anne Clark, B-Movie, When In Rome, Apple Boutique o los alemanes C.C.C.P.
Todo un mundo por descubrir, como decíamos, y por vivir. Esto es lo que empezaba a cocinarse aquí y que se complementaba con lo que venía de fuera. Nuestros amigos más cercanos comenzaban sus carreras universitarias en ciudades como Granada, Valencia, Sevilla o Madrid. Recuerdo perfectamente la envidiada colección de discos; elepés, maxis y singles de vinilo (por supuesto), de Depeche Mode de Juanfra, o las aventuras de Pepe, Javi y Rodri, que nos contaban, casi febrilmente, el descubrimiento de otros templos granadinos como el Planta Baja o Factoría. Todo eso servía de conversación en el Ikusi, entre cervezas con menta, Martini blanco (a veces mezclado con cerveza, que hay que tener valor), tequila y muchas pipas saladas. Montañas de pipas que hacían las veces de alfombra que pisaban unos zapatones tipo boogie que nos poníamos hasta en verano. Y es que la estética era tan importante como la propia música. Había que vestir, no sé si mejor o peor, pero sí diferente. Tampoco ha cambiado mucho esa cuestión: ser joven, tener inquietudes musicales e ídolos a los que seguir viene aparejado con lo de querer imitarles. Así se hace hoy, así hacíamos entonces e imagino que así será siempre. Pero este “entonces” tenía un cierto halo de atrevimiento que nos hizo destacar (creo) por encima de otras tendencias. La peluquería Spuma, del amigo Juan, tuvo buena culpa de ello: peinados imposibles que evolucionaron de los primeros tupés de aquella mítica fiesta punk de “la Brother” de finales del 88 y a la que nos atrevimos a ir de “rockers”, a los cardados y tintes “negroazulados”. Había que estar presentables y si tocaba chupa de cuero con tachuelas infinitas, ésta se convertía en uniforme, al igual que los zapatones, hasta en verano. Pantalón “pescaero”, nunca calcetín que no fuera negro, camisas negras y mucho postureo completaban el conjunto. Todo eso y mucho más unió a uno amplio grupo de amigos.
No creo que fuéramos pioneros de nada que no estuviera ya inventado, pero aquel movimiento se convirtió en religión para muchos de nosotros y punto de mira para todo aquel o aquella que viniera al pueblo en fiestas o verano. Villacarrillo era un pueblo de modernos, un pequeño imperio de los sentidos envidia de “forasteros” mucho más curtidos en esas lides. De repente el Ikusi Makusi se puso de moda hasta tal punto que si cerraba, por cualquier circunstancia, nos dejaba perdidos. Porque no había otro sitio al que acudir sin sentirse incómodo, sin que las miradas fueran taladradoras. Un lugar en el que poder bailar hasta morir y beber sin importar las horas; ya fuera un sábado o un lunes. Confesionario vestido de negro y gris, escenario de mil batallas, inicio de relaciones que perduran en el tiempo, punto de encuentro de gente feliz y que, sinceramente, marcó un antes y un después en la vida del ocio nocturno de Villacarrillo. Uno se da cuenta de la importancia de aquellos años cuando al escribir esto se le siguen poniendo los vellos de punta.
Hemos recopilado imágenes de aquel primer Ikusi desde la página: YO IBA AL IKUSI
Manuel Jiménez.
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