Lección de cómo mantener entretenido (y entregado) al público durante casi dos horas de función y no morir en el intento. Y sin más artificios que una magistral interpretación aderezada con un vestuario colorido, propio de los personajes de Molière, y alguna que otra licencia contemporánea en forma de baile y localismos varios (morcillas, o no) que hicieron que el público no parpadeara. No hay más escenografía que la que proyectaron los actores y actrices de esta obra clásica que habla de cabezas poco amuebladas; de ricos que se hacen, pero que no nacen con esa condición y que quieren aparentar estar emparentados con la alta sociedad de la época, sus costumbres y manejos. Siempre habrá quien quiera aprovechar esta circustancia…
Proyectar, esa sería la palabra que mejor define lo que vivimos el pasado sábado. Saber proyectar una historia densa, de texto kilométrico, cargado de matices, saber venderlo desde el conocimiento y la seguridad de saberse la obra al dedillo, hacer que fluya y provocar así una credibilidad pocas veces vista en un teatro hecho por aficionados, que, lógicamente, no se dedican a esto, no son profesionales y por lo tanto no tienen la presión (en algunos casos, repito) que se les exige a las compañías expertas en la materia. Los Hojalata, venidos directamente desde Parla (Madrid) pusieron cada palabra en su sitio, cada gesto en su lugar y cada situación en su auténtico contexto. Sin más y sin menos. Un público numeroso disfrutó de TEATRO de alto nivel, de un montaje cuyo fuerte es la interpretación en volandas de una dicción limpia y potente; segura y perfectamente coreografiada.
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