Preciosa iniciativa desde el colegio de Las Mercedarias de Villacarrillo (2º de Primaria) en colaboración con el grupo Sonrisas de Teatro de Villacarrillo. ¡Fuera Inteligencia Artificial!, ¡abajo la realidad virtual!, nada de algoritmos…La historia de Villacarrillo se cuenta como un cuento, como antes se hizo, directamente a los alumnos y alumnas, a su corazón y sus mentes y viceversa. Os dejamos un relato, escrito por nuestro Diego Marín, sobre lo vivido el pasado 28 de mayo cuando al cole llegaron, en persona, desde Antonio Calvache a Leonor Jerónima…
Aquella mañana del 28 de mayo de 2023 el azul celeste apenas podía atisbarse entre las compactas masas de nubes que habían decidido tomar el cielo. La algarabía de los alumnos del colegio Nuestra Señora de las Mercedes de Villacarrillo contrastaba con el gris apelmazado del ambiente, cuando algo insólito sucedió… Las miradas asombradas de los chiquillos dejaban paso a un cortejo de personajes que parecían salidos de un incunable que hubiese caído de las estanterías altas de una biblioteca. Si se les miraba de cerca, podían reconocerse en ellos a varios hombres y mujeres que tuvieron una acendrada relación con nuestro inmortal Villacarrillo, desde D. Cecilio, el que fuera alcalde de Iznatoraf y de Mingo Pliego, allá por 1400 y pico, el mismísimo Andrés de Vandelvira, arquitecto del templo de la Asunción, el Brigadier Antonio Calvache, y la aguerrida Leonor Jerónima, terror de los gabachos napoleónicos, hasta una miliciana republicana tocada con gorro rojo, y una elegante señora que parece…, ¡no! ¡Qué es!, Dª Pilar Contreras, ¡la autora del himno a Villacarrillo! Cierto es, que si miras muy al fondo también parecen tener cierto parecido sus rasgos con los miembros del grupo de Teatro Local “Sonrisas de Teatro”, pero de seguro que es solo una casualidad. Al frente marcha una especie de mago ataviado atemporalmente, que también asemeja a un antiguo profesor de las Mercedarias, D. Jose Miguel Marín. En silencio ascienden por las escaleras que llevan a las aulas de primaria donde, la Seño Rosa Virginia ha distribuido a sus alumnos en semicírculo por la clase. El mago hace un gesto y se enciende un proyector que va desgranando contra la pared y en fascinadora cadencia fotografías de la propia historia de Villacarrillo. En determinadas ocasiones este hace un movimiento más amplio con su varita, y uno de los personajes se materializa en escena para contar a los niños en primera persona su retazo de historia. Así transcurre la mañana, entre la expectación y la sorpresa de los alumnos y alumnas, y el manto del tiempo que les va cubriendo con su eternidad. Luego, tal como llegaron, los personajes desaparecen, y el tiempo inmutable continua su curso. Gracias a Sonrisas de Teatro, a Josemi, Juan, Julia, Mamen, María del Mar y Diego por traer de vuelta a la historia para que nuestros niños puedan vivirla, y ¿por qué no? ¡Soñarla! D.J.M.L.
Y para ello se va a rendir homenaje al Santo desde las concejalías de Cultura y Turismo del Ayuntamiento de Villacarrillo. Dos fueron sus paradas (documentadas) en nuestro pueblo dentro de su peregrinar. El camino de San Juan se compone de 7 itinerarios por los que anduvo el Santo entre 1579 y 1588. El sur de España y Portugal fueron recorridos por el vicario y prior de la Orden de los Carmelitas Descalzos y Villacarrillo fue una de las ciudades por la que pasó en diversas ocaciones. Aquí descansaba de sus viajes de ida o vuelta de Baeza por lo que tuvo que pasar por la antigua Plaza de Carbonel (Puerta del Sol) en su entrada o salida de la villa. Son dos espacios: la Plaza de España y El Pasaje, esquina con calle Velázquez.
Los próximos días, 4 y 5 de marzo se van a llevar a cabo una serie de actividades con motivo de esta vinculación entre Villacarrillo y San Juan de la Cruz. El día 4 serán descubiertos un azulejo y un busto, además de otras actividades que relatamos a continuación:
El busto es obra del escultor villacarrillense, Jesús Marín. José Miguel Marín Prieto, historiador, así como concejalas de las áreas de Cultura y Turismo, con sus correspondientes técnicos, han dado forma a estas jornadas que pasarán a la historia de nuestro pueblo y que tendrán continuidad en el tiempo.
Maravilloso el artículo que os compartimos hoy. El Villacarrillo Costumbrista de Paco Coronado, publicado en el Libro de Feria y Fiestas de 2009, nos acercó a la figura de un cura cuya labor, además de la del sacerdocio en sí, fue la de entretener a la juventud de finales de los años 50. Un hombre adelantado a su tiempo que fomentó la lectura, enseñó a los chavales a jugar con diversos juegos de mesa, al billar, al futbolín y realizaba sesiones de televisión. El Padre Francés, como así se le conocía, fue el pionero de lo que más tarde fue denominado como salas recreativas (o recreativos).
La correntía espesa y continuada, ocasionada por la lluvia otoñal, baja encauzada y rápida por el royo (sic) rehundido de la empedrada calle Ramón y Cajal, la calle del Hospital. Esas abundantes aguas manan presurosas desde el alto inicio de la calle, y asumen en su trayecto otros cauces del Cerro del Águila para, raudos, desembocar en la Plazoleta de Carbonel. La pendiente de la propia calle Queipo de Llano impone su trayectoria y las reconduce hasta el Puentecillo de Bichorro; otro aluvión, otra venida que desciende impetuosa de la calle Cervantes, las surte y se pierden, como una sola arroyada, por el pilar de La Alameda.
El padre francés
Junto al Hospital de San Lorenzo, el Instituto, “Patronato de Enseñanza Media, Virgen del Rosario”, da cobijo, apiñados en el vestíbulo, a numerosos chavales en espera a la escampada del recio temporal, para atravesar la calle y acercarse al local de juegos que, justo frente a la fachada del hospital, abre sus recias puertas, a la chavalería, juventud e incluso a adultos, en ánimo de distracción, entretenimiento y cultura, con juegos, biblioteca y algo espectacular para este tiempo, primeros años sesenta: la televisión. Algunos, presurosos, hunden las botas en el arroyo y salvan la humedad de la cabeza, con el tocho de libros y bloces. Un local grande, de altos techos, propiedad de la familia Corencia, recoge a toda esta humanidad que, en otro caso, malbarataría su esparcimiento en formas de ocio para nada plausibles. Gobierna este lugar lúdico el Padre Francés, hombre de gruesa constitución y altura, de reluciente calavera que cubre sus ojos con gafas oscuras y viste perpetua sotana negra. Da un paseo entre futbolines y billares, cuidando el comportamiento de los chavales, sin dejar el persistente cigarrillo; la mano contraria en el bolsillo del pantalón, bajo la sotana.
“El Padre Francés” , es el sobrenombre con el que la población de Villacarrillo ha conocido a D. Antonio Martínez Martínez. Vino al mundo en “El Cortijo de la Venta” término de Hornos, el último día del mes de noviembre del año mil novecientos dieciséis. Fueron sus padres Antonio y Isidra, naturales de Beas y de Hornos y recibió en la pila bautismal el nombre de Antonio Andrés. Siendo un chaval emigra con sus padres a Francia y así se determina al constar su confirmación en la Parroquia de Decazeville de la Diócesis de Rodez, el cinco de junio de mil novecientos veintiocho. Encamina su vocación hacia el sacerdocio y tras años de estudio en el vecino país, queda ordenado para celebrar y ofrecer el sacrificio de la misa. Años más tarde regresa a España y desempeña tal ministerio en la cercana Villanueva del Arzobispo, también lo hace en la iglesia de San Isidoro de Úbeda. A finales de los años cincuenta recae en nuestro pueblo, Villacarrillo donde permaneció la totalidad de la siguiente década.
Impresiona la llegada de este hombre, cuya personalidad y formación cultural y humana había madurado en otra sociedad, la francesa por delante años luz, de la que en aquellos época vivíamos en España. No hablemos de la que se vivía por entonces en Villacarrillo a finales de los cincuenta. La juventud villacarrillense recibe de él el ocio y el entretenimiento que hasta entonces no conocía y que buscaba de manera singular en el cine, por entonces de funciones diarias.
El local de juegos ocupa la totalidad de la planta baja. Accediendo desde la entrada y tomando la derecha, dominan el espacio dos mesas de billar, de retorneadas patas. En el paño verde que forra su superficie se ejecutan miles y miles de trayectorias descritas por tres relucientes esferas marfileñas por mor de ingeniosos efectos, aplicados por las tacadas de expertos jugadores. Varias taqueras recogen en formación alineada los estilizados tacos de madera de conicidad progresiva, con que se sacuden estos golpes. Del techo pende, elástica, la goma cuya elongación lleva hasta el jugador la tiza de trazo azulete, con la que con suavidad y delicadeza, el avezado jugador, formando un sensible arco con el dedo meñique, da tiza a la suela del casquillo del taco, generalmente fabricada de cuero curtido, de textura áspera, ideal para que tome el yeso.
Majestuosas las mesas de billar. De patas retorneadas, talladas a mano, verdaderas moles de madera, de superficie de pizarra cubierta por paño verde, que de igual forma recubre las bandas elásticas en las que rebotan las bolas. La longitud de las bandas está referenciada por diamantes perlarizados, reseña imprescindible para el juego. Es el billar americano, de carambolas. Se juega con tres bolas, dos de ellas blancas, diferenciadas entre si por un puntito negro; la otra, es generalmente de color granate.
Quedan las mesas de billar atrás y unas escaleras llevan al despacho que D. Antonio ocupa al final del salón. Allí se reúne con los jóvenes, los pequeños tienen vetada la entrada. Desde afuera, cuando se abre la puerta, se aprecian las estanterías recargadas de libros. Entre ellos, destaca por el grosor y su llamativo nombre, “El juicio final”, del italiano Giovanni Papini (1881-1956). Una mesa rectangular cubierta de tapete granate y faldillas verdes, recibe la luz que desprende la bombilla de un flexo extensible que, a la vez, proyecta en rededor la sombra de los tertulianos, envueltos en el ambiente placentario que produce la espesa niebla del humo de los cigarrillos. A D. Antonio, le sirve de otero su posición en la mesa, para cuidar el bullicio de la sala. Desde un anaquel de la estantería una reluciente calavera observa a los reunidos; también lo hace un lagarto o iguana disecada, apostada en el último estante.
Frente a la puerta de la calle, unas escaleras de peldaños semicirculares, conducen a la sala de lectura. Casi dos docenas de filas de sillas, unidas de seis en seis, acogen a los jóvenes lectores que disfrutan, sobre sus rodillas, de las aventuras imaginadas en las ilustraciones de cuentos y tebeos apilados en las baldas de un armario situado frente a la puerta. Aventuras de vaqueros: Red Ryder, Roy Rogers, Hopalong Cassidy…; Hazañas Bélicas, el entrañable Sargento Gorila; los personajes de la animación americana, Superman, Batman y Robin, Tom y Jerry; también, en dibujos, se leen hagiografías de santos. Si bien los más buscados, son los del dibujante Hergé creador del personaje universal Tintín, de los que se va surtiendo la biblioteca poco a poco; la llegada de un nuevo ejemplar establece un riguroso orden para su lectura.
Lo más sorprendente de aquella sala era su polivalencia, ya que además de sala de lectura, está dedicada a otra actividad más anhelada por su novedad y unicidad. A la izquierda, ocupando parte de la pared, un armario guarda tras las puertas cerradas de una hornacina, pues así podría reverenciarse aquel hueco del mueble, un aparato de televisión, lógicamente en blanco y negro, a cuya pantalla se le coloca, en algunas ocasiones, un papel celofán de tres colores muy difuminados, pretendiendo asemejar el azul del cielo y el verde del suelo boscoso. Relevantes partidos de fútbol del Real Madrid o de la Selección Española, apasionantes corridas de toros protagonizadas por El Cordobés y otros espectáculos destacados colman la sala de espectadores. En algunas ocasiones se cobra una peseta por localidad, dinero que revierte en ampliar el ocio.
Volviendo a la sala de juegos, a la izquierda, como poderosas ballenas varadas, los futbolines es el recreativo líder de la chiquillería. Una partida a una peseta, da mucho de si, máxime si se utilizan alguna que otra triquiñuela; como poner, apostado a cada lado de las porterías, a unos hábiles chavales, de rápidos reflejos, que recuperan la bola, metiendo la mano en la oquedad, una vez se produce el impacto seco del gol.
Debajo de un amplio ventanal, por él derrama su claridad el día, hay un mostrador desde el que se dispensan los juegos de mesa, ajedrez, parchís, tres en raya, u otros de habilidad, como el que consiste en subir una bolita de níquel a la cima de un laberinto espiral, o bien el juego de bolos, artilugio de madera que, colocado sobre una mesa, lanza una brillante bola metálica, sobre una agrupación de bolos y en donde es la destreza del jugador la que dirige con acierto la pendiente movible por la que se desliza la esfera. Hay juegos que no se conocen ni por asomo, tal es el caso de la pantalla en la que se dibuja o escribe, accionando a izquierda o a derecha alguno de los dos mandos circulares que tiene debajo. Una década después se comercializaría en España. En el mostrador se hace el carnet a los nuevos socios, tras la entrega de dos reales. Para los que lo desconozcan, dos reales es la mitad de una peseta. La superficie de la mesa exhibe, cubiertas por un recio cristal, cientos de fotografías, testimonial del paso por el servicio militar de muchos jóvenes habituales dispersos por el territorio español. Fotos junto a la Giralda, o subidos a un dromedario en el Aiún o en Melilla, o al lado de un hórreo asturiano, algunos de aquellos jóvenes, pelados al cero, corrección muy frecuente en el servicio militar. De la misma forma se recogen en estas improntas un instante de la recién iniciada vida emigratoria de los jóvenes villacarrillenses en ciudades y pueblos del levante español, o de Francia o Alemania. Hacia la derecha tras este escaparate fotográfico, se denota la situación de los urinarios, recatados tras una cortina partida.
Aprovechando el rincón que crea la pared, al fondo del salón, se monta de vez en cuando otro entretenimiento imposible para esta época, la pista de coches, después comercializada como scalextric. Unos seis metros de largo por otros dos de ancho sirven para acoger una pista por la que dos coches circulan a una velocidad endiablada, controlada por los mandos que timonean dos chavales. A lo largo del recorrido se alinean árboles, pequeños caseríos, e incluso túneles que durante décimas de segundo ocultan y hacen imperceptible la carrera de los bólidos.
La pared queda franca a una estancia ocupada por unos billares, reservados a los mayores. La entrada a este pequeño salón ostenta sobre el dintel el escudo de la J.O.C., la organización Juventud Obrera Católica. Esta organización nace de forma oficial en Bélgica, en el año mil novecientos veinticinco, su creador fue el sacerdote Joseph Cardijn, y entró en Villacarrillo de manos de D. Antonio Martínez, el padre francés, nombrado por el Sr. Obispo, Consiliario de la Juventud Obrera Católica, (J.O.C.). Está organización agrupaba gran cantidad de jóvenes de todo tipo. El salón en cuestión lo ocupan dos mesas de billar americano de seis troneras y quince bolas más una blanca.
En el año mil novecientos sesenta y ocho desaparece este salón de juegos y el padre Francés acoge a los jóvenes, ya en menor número, en las estancias que ocupa en el Hospital: dos pequeñas habitaciones y un aseo. Sigue ofreciendo entretenimiento ya más centrado en programas juveniles que da la televisión. La tarde del sábado se alarga hasta las nueve de la noche con la programación televisiva; desde la película de sesión de tarde, pasando por Cesta y Puntos y al final Viajes al fondo del mar. También es lugar para escuchar las más recientes novedades musicales del momento en discos de 45 r.p.m., clasificados en relucientes cajas de hojalata, cuyo destino fundamental había sido la carne de membrillo. Los Bravos, Los Brincos, Henry Stephen, Adamo, …
En este tiempo fue profesor de francés en el citado Instituto. Los que pasamos por su aula, recibimos la mejor introducción al idioma galo que podríamos haber imaginado. Además del lógico conocimiento del idioma, él dominaba el francés sin lugar a dudas mejor que el castellano, acompañaba su labor con elementos pedagógicos nuevos para nosotros. El fundamental Método Perrier, de tapas anaranjadas; las populares canciones en francés que copiábamos de la pizarra en un pequeño bloc de hojas cuadriculadas: Au claire de la lune, Alouette, Chevaliers de la Table Ronde. etc. y que cantadas a coro, nos llevaban a dominar la pronunciación francesa; las canciones francesas de Adamo, sonando en el tocadiscos y en el magnetófono de bobinas que poseía, etc. Bueno no quiero dejar fuera otro instrumento, por entonces muy pedagógico, consistente una redondeada vara de poco más de medio metro, que sacudía con fuerza sobre las manos e inocentes nalgas de chavalotes de once años.
Al Padre Francés le acompañaba fama de zahorí. Tenía la facultad de descubrir lo oculto a la vista humana. Fue muy requerido para localizar manantiales subterráneos. Tal es así que se cuenta que estando presente en unas prospecciones encaminadas a descubrir un yacimiento de agua, llevado a cabo en Arroyo del Ojanco, aconsejó a los trabajadores que dejaran de trabajar en la zona en la que lo estaban haciendo y lo hicieran en la que él señalaba, reacios a ello y de mala gana, cavaron en la zona que D. Antonio les indicó y “eureka”, emergió un considerable chorro de agua, punta de iceberg de un caudaloso manantial. De la misma forma se le atribuye la localización en los Alpes suizos de un muchacho caído en una sima tras una avalancha, y que nuestro hombre determinó desde aquí, por medio de una fotografía postal que se le facilitó. Quien le conoció afirma que en algunas ocasiones, y a modo de distracción o aseveración de tales facultades, escondían una cartera, con la que él daba en poco tiempo.
Hasta su muerte trabajó su ministerio en la parroquia de Nuestra Señora de la Encarnación de Marbella, y allí falleció el 25 de julio de 2000 a los 72 años de edad. Fue meritoria la labor de D. Antoine Martínez (así firmaba) en dicha parroquia, así como su labor en el confesionario; de una de sus capillas quedó encargado, y en ella celebraba misa mañana y tarde.
Seguimos con nuestro homenaje a Paco Coronado. En este caso rescatamos este interesante artículo relacionado con la historia de nuestros festejos taurinos. Publicado en el libro de Feria y Fiestas de 2014.
LA SUBASTA DE LOS FESTEJOS TAURINOS DE LA PLAZA DE PALOS
“ … Concluyo con prisa la fiesta religiosa, por irme a los toros de este día que esperan en la plaza con la relación de su encierro …. Hermosea a la tarde la plaza de bellezas y sedas en ventanas y tablados. Se corrieron doce toros, de agresivas cornamentas, bravos, que sembraron el miedo y el horror entre todos, pero también el desprecio de algunos toreros de a pie…” 1
Pudiera ser que el párrafo que antecede formara parte de alguna crónica taurina actual, publicada en la prensa de la mañana. Sin embargo, es un fragmento de la crónica, escrita en el castellano de la época, de los festejos celebrados en honor del Cristo de la Vera Cruz, en la villa de Villa Carrillo, durante el mes de septiembre del año mil seiscientos sesenta y nueve. El relator: Alonso Escudero de la Torre, sacerdote y cronista de la villa por entonces. Primigenia tauromaquia de toros y cañas que, en el siglo siguiente, tendría como protagonista humano al pueblo, dejando de ser la fiesta elitista reservada a la nobleza.
“… Que el común de vezinos de esta villa tiene por vienes propios las Casas del Ayuntamiento de su Conzejo en la Plaza Pública … el Balcón de la Plaza en que asiste el Conzejo a las funziones de toros, que si se arrendara pudiera ganar dos ducados al año…” 2
Apunte que confirma la continuidad de los festejos taurinos en nuestro pueblo, claramente anotado en el primer tomo del Catastro de Ensenada, elaborado en el año mil setecientos cincuenta y dos.
Queda patente que el escenario, en el que ocurrían aquellos episodios taurinos, era la plaza pública de la villa. Continuaron festejos y coso doscientos años más mientras, en toda España, evolucionaba y se modernizaba la fiesta de toros propiamente dicha. Considerable es la evidencia en nuestro pueblo de estos festejos, en el material gráfico que comienza en el periodo de entre siglos, del XIX al XX, hasta la desaparición del coso como tal en el año1951. Plaza Pública que cada septiembre tomaba el hábito de ruedo taurino, en tardes de resol y tábanos, para desgranar en su arena postiza la labor de centenares de lidiadores que dejaron en su entorno cuadrilongo, los balbuceos de una tauromaquia de toros y cañas, de acoso y desjarreto, de jinete y caballo; que vivió la llegada del floreciente toreo a pie y su evolución a la lidia actual, de mano de la innovadora tauromaquia belmontina.
Paseíllo de la Banda Municipal en tarde de toros. 1928. Archivo Ahisvi.
Del recuerdo y del testimonio de retratistas y aficionados quedó indeleble la transformación de Plaza Pública en escenario de encierros y corridas de toros de la feria de septiembre. La construcción o mejor la transformación de la plaza pública en coso taurino, daba comienzo a finales del mes de agosto y eran los propios vecinos los que levantaban el compacto tablado, sin que adoleciera el coso de los elementos propios de una plaza de toros: toriles, manga, burladeros, palcos para la presidencia y para la banda de música… De cómo se “levantaba el tinglado” se ocupa este trabajo.
La construcción de la espectacular plaza de palos corría a cargo del empresario, generalmente un vecino de Villacarrillo, que lograra la puja más alta en la subasta anunciada para el día quince de agosto y que se celebraba en el Salón de Actos del Ayuntamiento. Las condiciones del remate se hacían públicas mediante la publicación de un edicto, al que se le daba publicidad por medio del Pregonero Municipal y al ser fijado en los lugares establecidos: “ … siguiendo la costumbre tradicional hágase saber al público por medio de edictos, que el día quince del actual y hora de las doce, tendrá lugar la subasta para el arriendo de la plaza donde han de celebrarse las corridas de novillos en las próximas Fiestas; hallándose expuesto en la secretaría de este Ayuntamiento el correspondiente pliego de condiciones que ha de servir de base para la celebración de dicha subasta hasta media hora antes a la en que dé comienzo la misma. Lo que se hace público para general conocimiento; dado en Villacarrillo a cinco de agosto … EL ALCALDE…”
El pliego de condiciones para el arriendo en Pública Subasta de las construcción de la Plaza de Toros en las Fiestas de Septiembre del año 1950, fijaba en primer lugar el tipo del remate en VEINTE MIL pesetas; no comprendiéndose en el arriendo otros festejos que los reseñados en el pliego y que consistían en CUATRO corridas: dos de ellas de dos novillos y otras dos de tres novillos; tendrían lugar los festejos en las fechas que señalase la Comisión.
El rematante o arrendatario, se comprometía: “… a cerrar con madera los portillos de las calles por las que se produzca la entrada del ganado, así como formar el anillo de la plaza, cercar y cerrar los lugares en los que se ubiquen los toriles que quedarán unidos a la puerta del anillo por medio de una manga…”
El tablado en el que se sitúe la Banda de Música “…tendrá que llegar hasta el borde del anillo, en forma de grada y capaz para las plazas de la citada banda; no siendo permitido colocar delante ningún andarache, sí el burladero que vaya por el interior del anillo. Su situación la señalaría la Comisión de Festejos…”
De la misma forma se construiría de cuenta del rematante un andamio para la Presidencia de la corrida que tendría delante un burladero para personal dependiente de este municipio. Otro andamio sería construido para el Cuerpo de Ambulancia de la Asamblea Local de la Cruz Roja.
Seis burladeros de defensa para los toreros en seis extremos de la plaza “… a base de tablones o alfangias que deberán de tener la solidez necesaria para la seguridad del objeto a que se destinan. Otro burladero estará situado a la entrada del toril para el servicio de la Comisión de Festejos. Los andamios construidos serán reconocidos, en su firmeza y seguridad, por el Aparejador Municipal en la inteligencia de que el que no reúna la solidez necesaria será inutilizado…”
Respecto al precio autorizado de las localidades para los festejos sería:
Sombra
Sol
Por vara cuadrada (85 cm2)
16 pesetas
10 pesetas
Cada una de Andarache
25 pesetas
10 pesetas
Cada una de Tabloncillo o burladero
75 pesetas
35 pesetas
Encierro en la Plaza Vieja, Años 20. Archivo L. Rubiales.
Estos precios podrían ser aumentados al venir el rematante obligado a satisfacer el quince por ciento del Impuesto de Usos y Consumos.
Se determinaba el tendido de sol desde el solar propiedad del Ayuntamiento, con posterioridad Instituto Nacional de Previsión, siguiendo por frente de la casa de D. Vicente Sáenz, D. Santiago Sáenz, Casa Consistorial hasta la posada de Dª Ángeles García Mora. Evidentemente el resto sería tendido de sombra.
Los hoyos necesarios para la colocación de la madera y otros necesarios, desaparecerían una vez transcurridas las corridas y sería de cuenta del adjudicatario tal operación, que respondería de tal servicio depositando en este Ayuntamiento la cantidad de quinientas pesetas.
La construcción de la plaza debería estar terminada el día 7 de septiembre próximo; en otro caso se rescindiría el contrato, perdiendo el arrendatario el depósito de fianza.
El remate de la subasta se anunciaba para el quince de agosto siguiente a las doce horas en la Casa Consistorial, sin que las pujas fueran inferiores a 25 pesetas; previamente los licitadores entregarían en la mesa presidencial el diez por ciento del importe del tipo fijado; de no cubrirse el precio de subasta, un mismo postor podría solicitar nueva licitación. Otro requisito exigible al remantante consistía en presentar fiador de solvencia a juicio de la Presidencia; el diez por ciento quedaba en las Arcas Municipales a responder del cumplimiento del contrato.
También eran de cuenta del rematante los gastos y los medios necesarios para la instalación de los fuegos artificiales, a celebrar en el lugar que indique la Comisión de Festejos.
La contribución del Estado correspondiente a la celebración de las corridas sería satisfecha por el Ayuntamiento con cargo a la consignación que figura en los Presupuestos Municipales para fiestas.
“ Si por incumplimiento del empresario a las clausulas establecidas en el presente pliego, las reses de las corridas se marcharan por alguno de los portillos por donde ha de pasar el encierro, se entenderá por entrada para los efectos de pago.”
El importe total del remate se hará efectivo al día siguiente de terminar las corridas.
Llegado el día de la subasta, se extendía el acta del remate:
“ ACTA.- En la Ciudad de Villacarrillo siendo las doce horas del día quince agosto de mil novecientos cincuenta, bajo la Presidencia del Alcalde D. Juan Barberán Fernández, concurriendo los concejales D. Andrés Medina León, D. Francisco Miralles Sánchez y D. Cristóbal Santafosta Fernández, asistidos del Sr. Secretario de esta Corporación, se procedió a la subasta para el arriendo de la plaza donde han de celebrarse las corridas de novillos en las próximas fiestas.
Abierto el acto, por la Presidencia se da lectura al pliego de condiciones que ha de servir de base a la licitación, empezándose la misma una vez terminada aquella.
Transcurridos que fueron treinta minutos pujándose por los señores D. Alfonso Cruz Pulido y D. Fernando Moya González, dadas las voces prevenidas se le adjudica el remate al último nombrado D. FERNANDO MOYA GONZÁLEZ, en la cantidad de VEINTIUNA MIL QUINIENTAS VEINTICINCO PESETAS.
En el mismo acto se hace entrega al Sr. Depositario de Fondos, la cantidad de DOS MIL pesetas de dicho rematante en concepto de Deposito. …”
En este mismo expediente del año 1950, se hace constar, mediante diligencia de 17 siguiente, que del precio total del remate se rebajan dos mil pesetas, por el terreno utilizado por el Instituto Nacional de Previsión, que impide que el rematante pueda construir gradas y andamios.
Para las fiestas septembrinas de 1946 el Ayuntamiento contrata el servicio de un particular para la organización y explotación de las novilladas de ese año y, de la misma forma, de la instalación de los puestos y Casetas de Feria.
Para formalizar el contrato se reúnen en la alcaldía, el Alcalde sustituto D. Andrés Medina León, en representación del Ayuntamiento y D. José Nadal Estany, de esta vecindad; está presente el Gestor D. Francisco Miralles Sánchez, asistidos del Secretario sustituto D. Francisco Caballero Muñoz.
“… El Ayuntamiento de Villacarrillo cede al Sr. Nadal Estany los derechos que ha tenido en la organización de las novilladas y casetas de Feria; y subvenciona a dicho señor con la cantidad de VEINTE MIL pesetas. El arrendatario correrá con la organización de CINCO CORRIDAS DE NOVILLOS, durante los días 9 al 13 de septiembre. Estas corridas serán de dos novillos los días 9, 10 y 11 y de tres novillos lo dos días siguientes. Con la inmediación de la Comisión de Festejos, estos novillos deberán de tener un peso a la canal que ronde los ciento cincuenta kilogramos.
La lidia de estos novillos correrá a cargo de dos novilleros elegidos de común acuerdo con la Comisión de Festejos.
El arrendatario deberá avenirse, en la venta de localidades, a los precios fijados en las tarifas correspondientes del pliego de condiciones. Para responder de su gestión el Sr. Nadal Estany depositará la cantidad de CINCO MIL pesetas, en concepto de fianza…”
La crónica taurina del referido año nos habla de la actuación de los novilleros: Posadero, que sustituía a Manuel Márquez, Juanito Tarré y José Neidar; los novillos fueron de la ganadería de D. Mariano Pelayo, de procedencia Murube; cuatro de ellos fueron bravos y de fácil lidia, el resto difíciles. En dicha crónica se detalla que uno de los novillos “saltó por el burladero de los Medina”.
Programa de festejos taurinos del año 1942. Archivo F.Coronado.
La carne de las reses que se lidiaran, sería igualmente sacada a la venta en pública subasta y adjudicada al mejor postor. Para la ocasión del año 1949, el precio del remate sería de 16.000 pts. y podrían hacer posturas aquellos industriales que estuvieran autorizados.
Para aquel año serían ocho el número de novillos, cuya carne sería sacada a subasta, y su precio a la venta estaba fijado por el propio Ayuntamiento, diferenciando las categorías de aquella:
De 1ª) Sin hueso, que comprende: lomo, piernas y paletilla 22 pts/kg.
De 2ª) Que comprende: falda, pescuezo, pecho y rabo 15 “
Despojos de dichas reses 12 “
Como requisito indispensable, ordenaba la ordenanza municipal, el adjudicatario debería habilitar un puesto para cada tipo de las carnes señaladas, debiendo estar la nota de precios bien visible al público; también se prevenía que, en dichos puestos, no se vendería otro tipo de carne que la de las reses lidiadas y que las pieles de las mismas están intervenidas por el Servicio de Carnes, Cueros y Derivados. Diariamente, y a presencia de la autoridad, se verificará el pesado de las reses lidiadas en el Matadero Municipal.
La puja quedó desierta el día fijado para la subasta, y así el Sr. Alcalde rebajó el tipo a la cantidad de 14.000 pts. , tipo que quedó cubierto por el industrial de esta población Fernando González Morcillo, al que se le adjudicó el remate en la cantidad expresada.
El anterior ceremonial desaparece cuando la plaza de toros de la Era Honda, aún sin estar terminada su construcción, comienza a celebrar en su arena las primeras novilladas en el año 1952.
De izquierda a derecha: Rodrigo de la Torre, Lorenzo Molina, S/I, Paquito Esplá, Juan Cruz, Francisco Miralles y Joaquín García. Año 1950. Cedida por F. García.
NOTAS Y ARCHIVOS:
1“Solemnes fiestas que a la gloriosa canonización de San Pedro de Alcántara, consagró la villa de Villa Carrillo en el célebre Santuario de su religioso convento de el Santo Cristo”. Alonso Escudero de la Torre. 1669.
2Catastro de Ensenada de 1752. Villacarrillo. AHM Villacarrillo.
-Expediente de 1950 nº 147. Arriendo de la Plaza de Toros AM Villacarrillo
-Expediente de 1946 nº 257. Arriendo de la Plaza de Toros y Casetas. AM Villacarrillo
Este relato, claramente idealizado, pretende rescatar del recuerdo la existencia secular arrastrada por generaciones de villacarrillenses, en un trabajo igualmente secular y atrasado, aferrado a técnicas antiguas e inmovilistas y a salarios exiguos. Aún faltan muchos años para que la sopladora, el vibrador y las mantillas hagan su aparición, y lo peor, para que aquel esfuerzo humano, para que aquella manera de vivir tan característica, comience a perderse en los recovecos de la memoria.
La madrugada es fría. En su oscuridad persistente, resalta el cielo guarnecido de luceros, grandes, brillantes, refulgentes con más intensidad por el frío de la noche. El viento cortante silabea frías palabras por las hendiduras de la ventana y pone de manifiesto la dureza del día que se avecina. Del alero del tejado que da al corral, se dejan caer una docena de arremocos, carámbanos perfilados formados al derretirse el colchón de nieve que días atrás ha dejado el temporal. El temporal interrumpió la recolección de la aceituna, iniciada al pasar el Día de la Madre, la Inmaculada. Los días más señalados de las Pascuas, Nochebuena y Navidad, debido al nevasco (sic), han servido de incipiente asueto.
Concluyó la cimienza (sic), avanzó el mes de noviembre y se dispuso la impedimenta propia de la inmediata cosecha. Se revisaron los mantones, descuidados por un año en la penumbra de las cámaras, por si hubiera que repasar su lona basta de algún desgarrón. También se revisan las espuertas y los capachos; el almaraz (sic), en varios viajes de ida y vuelta, liga con fuertes hebras de esparto las sueltas tiras trenzadas. Se preparan las alargadas varas y se pasa la mano por su superficie rubia, suave, brillante. La zaranda se descolgó de la pared del tinado. La guía queda en prevención de ser solicitada por la autoridad rural.
Año Viejo vendrá y no cesará el trabajo, ningún día festivo de las Pascuas será de holganza. La campaña no repara en días de recreo. Pero estos días navideños son singulares: mantecados, manchegos, borrachuelos, roscos de vino y de aguardiente, junto a otra caterva de dulces caseros, aparecen como ensalmo en las barjas (sic); la botella de aguardiente pasa de boca en boca y anima el inicio del trabajo matutino; los villancicos entonados entre los troncos de la oliva, por las voces vivas de las mujeres. Se comparten con cariño los puñados de caramelos, obsequiados en la noche de reyes.
No ha venido la claridad del día y ya es la calle un incesante trasiego: mujeres arrebujadas en el mantón de lana negro, ultiman la compra del vino, o de la media docena de sardinas tuertas o de unas jícaras de terroso chocolate, en el comercio de comestibles que abrió su puerta muy temprano. Fluye del interior de la tienda, hasta el último rincón de la calle, el dulce aroma que suelta el aguardiente que sirve el tendero, de una botella de vidrio tallado, en pequeñas copas panzudas depositadas sobre el mostrador. Es constante el paso de caballerías. Sobre la montura, a un lado, las varas parecen encaminar al animal sugiriéndole la dirección que ha de seguir; anudada a la albarda la barja y el fardel que contiene el pan, constituyendo la única carga. Detrás, avanza otro animal con la levedad de los capachos vacíos sobrepuestos sobre su lomo. Hombres que se detienen para liar el primer cigarrillo de la mañana y encenderlo con la lumbre prendida en la yesca. Voces de premura, gritos de olvido o de espera, se mezclan en un inicio prematuro del día. Barullo que, a poco, se difuminará, dejando caer un manto de quietud y de silencio. Calma rota cuando la campana de la torre parroquial señale el comienzo de la jornada escolar y la chiquillería ocupe la calle por unos momentos camino de las cercanas escuelas.
Apenas serán perceptibles los caminos cuando las cuadrillas los transiten. La lejanía de las fincas y la andadura a pie, obliga necesariamente a iniciar la marcha muy temprano. En el olivar, la calidez de una presurosa luminaria palia el frío matinal y entre los ardores de sus ascuas incandescentes, se asa un lienzo de tocino o un trozo de longaniza envuelto en basto papel de estraza empapado en vino. Apenas el sol asoma, comienza la penosa tarea. Las varas sacuden con fuerza los ramos dormidos de los olivos; por encima de sus copas vienen y van en un baile constante. Las mujeres, arrodilladas, aguantan, impasibles bajo los ramos, el frío que les muerde los pies, que les atenaza las manos; frío que, de cuando en cuando, las mueve a arrimarse a la adormecida lumbre para recuperar la maña perdida, anhelando que se levante el sol y funda el escarchazo (sic) que ha dejado la noche.
Las aceitunas prendidas de las copas, de los costados y de los haldares (sic) de la oliva, caen sobre los mantones extendidos bajo los ramos. Al quedar la oliva despojada de fruto, brazos hábiles sacan el mantón a la camada y quitan los ramos tronchados. Desde el mantón cae la mixtura en enormes espuertas que son trasladadas a hombros de recios mocetones, hasta el lugar en el que se encuentra la zaranda. Rula el conglomerado sobre la inclinada superficie de alambre del apero, las aceitunas saltan haciendo pequeñas cabriolas hasta llegar a la espuerta que le espera al final del declive. Brillantes, jugosas y limpias colman los capachos hasta quedar henchidos. Las hojas forman un esponjoso rimero bajo la criba.
Las bestias están preparadas. Cargadas con los capachos rebosantes de fruto, enfilan parsimoniosas el camino hacia el molino. Con el paso de la reata irán quedando atrás angostos vallejos, pequeños royos (sic) de agua clara dejada por las últimas lluvias, empinadas cuestas, desiguales caminos hollados por cientos de herraduras al paso de ida y de vuelta.
Cuando la recua llega al patio del molino, queda absorbida por una multitud de caballerías que aguardan para pesar la carga y entregarla a la molienda. De cuatro en cuatro quedan los capachos sobre la báscula y cuando el fiel se equilibra y se anota en un vale el peso de la partida, los serranos, empleados en el patio del molino, cargan sobre sus hombros los capachos y vierten su contenido en los trojes.
Espera la aceituna entrojada el final primordial de todo el proceso: la consecución de una grasa líquida de color amarillo verdoso, a la que los árabes conocían con el nombre de az-zait, el jugo de la oliva, cuya industria y consumo es fundamento de nuestra cultura.
Desde el patio se escucha amortiguado el giro veloz de las muelas de piedra silícea sobre la solera. Al abrir la puerta de la almazara una multitud de sensaciones llegan hasta nuestros sentidos inmediata y simultáneamente, cualquiera de ellas pudiera ser la primera: la vaharada de calor que produce la excesiva temperatura que reina allí y aleja el frío prendido del exterior; el olor dulzón del jugo de las aceitunas recién prensadas, el del primer aceite joven, recién nacido; el ruido imposible que producen los rulos de piedra en su viaje circular; la oscuridad que ciega los ojos hasta que se habitúan a la luz amarillenta de la precaria iluminación que emana de varias bombillas; un trozo de pan, tostado entre las ascuas de la refulgente lumbre, empapado en las delicias del aceite recién alumbrado, culmina el apacible cúmulo de cautivadoras impresiones.
Al lado del molino de rulos, varios operarios sirviéndose de cubetas, vierten sobre capachos de esparto circulares, colocados sobre una vagoneta, la pasta que recogen del alfarje o piedra baja del molino y la vierten entre capachos hasta que el pilar queda completado. Una prensa gigantesca comprime la columna oleica. Y así comienza a producirse el nacimiento del aceite; una catarata de grasa brota y se despeña entre el esparto que, ante tamaño aplastamiento, deja escapar el alma líquida y reserva la materia sólida del fruto. Ese primer aceite es el más apreciado. Debidamente canalizado, va decantándose sucesivamente, deshaciéndose de impurezas. Queda atrás un residuo sólido, el orujo y un residuo líquido oscuro y fétido que recibe el nombre de alpechín. El orujo, desecado y sin humedad alguna, queda amontonado en el patio del molino, formando una montaña retinta, una segunda utilización lo convertía en poderoso combustible. Los trozos de las enormes tortas onduladas, producto significado como “la jipia”, servían a los chavales de arma arrojadiza en los juegos callejeros.
En el campo, en el olivar, el aperaor (sic) levanta el brazo en dirección a poniente, por donde se va el sol, y sobre la raya que perfila el horizonte vuelca tres dedos de su mano, esperando que el astro roce aquel que quedó en la parte superior, indicativo que quedan tres cuartos de hora para que se pierda tras el horizonte. Cuando así ocurre manda recoger los mantones: la jornada ha concluido. Será noche cerrada cuando lleguen las últimas cuadrillas a los muros del pueblo. Las mujeres comenzarán otra jornada: disponer la cena, una vuelta a las ropas, acudir a la fuente más cercana para llenar el cántaro del agua, la compra … El varón refresca su rostro con unos manotazos de agua y se acerca hasta la taberna más inmediata a quemar, entre vasos de vino blanco y platillos de garbanzos salados, el tiempo que resta a la cena.
Si la lluvia cae, persiste y hace impracticable la recogida a la voz del aperaor “Recoger y al pueblo” le sigue una barahúnda en la que cada cual conoce su cometido. Se obra con prontitud para evitar que los caminos queden intransitables y hagan más difícil el regreso. Pese a ello la vuelta es infernal: el agua que cala hasta los huesos; el frío aguarda que se disipe el calor provocado por la celeridad, para dar su tarascada; el barro que detiene el paso y deja al cuerpo a merced de los dos anteriores, o deja inmóvil a la bestia, atascada en el ahogaero (sic). Qué desacierto, aunque eximido por la inocencia, cuando regresaban las cuadrillas en una jornada interrumpida por la lluvia y los pequeños, desde cualquier esquina, les cantábamos: “Aceituneros del pío, pío / cuántos capachos habéis cogío / capacho y medio porque ha llovío… “. La ropa, harta de agua, queda extendida en los espaldares de varias sillas alrededor de la chimenea y allí la exhala convertida en precipitadas nubes de vapor, al calor reconfortante de la leña seca, que crepita quejumbrosa al consumirse en la lumbre.
Avanza la campaña de recogida, llega dinero nuevo a cuenta del trabajo realizado. Con ese primer estipendio, quedan liquidados “los apuntes” de la tienda de comestibles. Y cuando acuden al pueblo los cantaores, pues se va a ver el espectáculo que trae lo más puntero del panorama musical y teatral. Las compañías de Antonio Molina, Rafael Farina, Juanito Valderrama, La Niña de la Puebla” … con graciosos calicatos (sic) y algunas que otras señoras espectaculares, de liviana vestimenta.
Pone fin a los días de recolección un acto de regocijo, por más relajado y fraternal, que en algunas ocasiones cuenta con la participación de “el amo”, que correrá con los gastos que pudiera ocasionar la botijuela, pues así se conoce por aquí esta celebración. Varias mujeres preparan la comida fuerte, generalmente arroz, que a medida que avanza la mañana hierve bullicioso entre gorgoritos. Las brasas reciben las chichas (sic) de la matanza del cerdo o de algún borrego tierno; en un lebrillo se elabora la cuerva, bebida esencial en estas celebraciones; circula la bota colmada de vino dulce, que deja en la barbilla y pechera de los inexpertos la impronta de su contenido. Caras enrojecidas revelan claramente la chispa que pone la bebida; a un paso estalla la desinhibición que da pie a alguno de los hombres para vestirse con una de las largas faldas de las féminas y con un poco de acicalamiento, adopta el travestido el porte amanerado de una señora; o el que con el tizne que desprende un tizón, se embadurna el rostro y con aire farandulero, se pasea por doquier con ademanes ampulosos; otro se arranca por aires flamencos imitando al mejor artista; le sigue la muchacha que desgrana una conocida tonadilla y la mujer ya mayor, que canta y recita la relación amorosa de dos jóvenes enamorados, recogida en un viejo cantar de antaño, hoy perdido.
La fiesta continúa hasta que el sol comienza a bajar buscando el confín. Todo queda recogido. La soledad y la quietud envuelven al olivar, únicamente permanece la fogata que ha levantado la quema de la última pava (sic). De regreso al pueblo una mirada atrás, descubre el mar verde de olivos, plácido como una mujer puérpera, cubierto por un sedoso velo blanco, sutil, translúcido, soltado desde el cielo, esbozado con la pálida luminosidad de los últimos rayos de sol.
Será una obra de teatro con tintes benéficos, lo recaudado en taquilla irá a parar a las necesitadas arcas de la Asociación Española Contra el Cáncer. Mientras tanto es una obra escrita y dirigida por Vicente Nieto en la que participan como actores y actriz: Pedro Garrido, Rocío Montoro y Franci Vázquez. La parte técnica corre acargo de M. Paz Cobo. Un drama social, con toques de humor.
Entradas ya a la venta. Las puedes conseguir en la Casa de la Juventud, en horario de mañana.
Antonio Arias, es un músico todoterreno con una trayectoria profesional tan inmensa que hace que su nombre forme parte de la historia más destacada de la cultura, en general, de nuestro país. Arias es poesía pura sangre; es rock portentoso y distorsionado envenenado de literatura; es Lorca, Buñuel, Morente…es un planeta tras otro; una Estrella de la Muerte que destruye mentes poco dadas a entender que existe la música hecha desde lo más profundo de la palabra. Su voz y su lírica resonarán mañana mismo en el Teatro Coliseo de Villacarrillo, cerrando nuestro primer TEDxVillacarrillo.
Lo más cercano, la espectacular Noche Flamenca celebrada anoche en el Teatro Coliseo. No se puede tener más arte, local y foráneo. Aires de Plata llegan para quedarse y esperemos que por mucho tiempo y el cantaor Ezequiel Benítez, junto a la guitarra de Paco León, demostraron el porqué son, hoy por hoy, máximas figuras del flamenco en nuestro país. Del mismo modo os dejamos algunas imágenes de los diferenets encierros que se han venido desarrollando estos días. Vemos que todos los actos están resultando todo un éxito de público.
El mejor tributo a Cantajuegos llega a Villacarrillo el próximo domingo, 1 de octubre, a las 12,00 horas y en el Teatro Coliseo. Se trata del espectáculo, ¡A diverirse! Llenaremos el Coliseo de magia, canciones y mucha fiesta.
El talento musical villacarrillense que exportamos al mundo. César es un enamorado de la parte más oscura del pop-rock de los años 80 y 90, por encima de todo, aunque con su proyecto, Latitud Estéreo, nos deja un poso (mínimo) de luminosidad que escucharemos el próximo sábado en nuestro primer TDExVillacarrillo. ¡A la felicidad por el rock electrónico!
El tiempo se derrama pausadamente. Relumbra el sol del mes mariano. Tiempo y estrella vadean el mediodía. Aviso certero de la campana cercana que anuncia el ángelus. En la escuela la clase se detiene. Modifica su pulso por unos minutos y retorna a su ser. Las escolares vuelven a los cuadernos de muestra, al recitativo de las tablas aritméticas, a la composición de vocal y consonante, a la lectura en voz alta de un texto que la maestra le encamina con un lápiz bicolor.
Maestras de los años 50
El toque matinal del campanario de la iglesia parroquial, señala la hora de entrada a la escuela. Bulle a la puerta, en movimiento acelerado, ruidoso y desordenado, un magma blanco que no termina; de las calles cercanas llega el flujo de varios hilillos que mantiene estable la aglomeración. En una vista cenital veríamos bandadas de mariposas blancas, embarcadas en un remolino en evanescencia, corriendo por desfiladeros de aguas rápidas: homogéneas formaciones de chavalas de singular uniforme blanco. Fluyen de los cuatro puntos cardinales: las barriadas de las afueras, el Barrio, la Redonda, las Pilas …; progresan coligiéndose con las que bajan del Cerro del Águila, de la Fuente de las Monjas, Carretera, Paseo… hasta desaparecer en el interior de la: Escuela Graduada de Niñas.
Tuvo la propiedad del edificio María Luz Mora López, descendiente de quien fuera alcalde de Villacarrillo en las postrimerías del s. XIX Fernando Mora Orozco. Esta señora matrimonió con el médico Joaquín Arboledas Escribano e hicieron del edificio su domicilio; el inmueble se prolongaba a su espalda hasta la calle del Carmen, a la que se podía salir por un postigo. María Luz Mora cedió el edificio al Ayuntamiento de Villacarrillo en 1943, no obstante desde varios años atrás ya venía destinado a escuela para niñas. Concluían los años cincuenta y el edificio, tras una formidable actuación estructural, se transforma en el Grupo Escolar de Niñas que hemos conocido. Amplio, luminoso, idóneo para escolarizar a la población de alumnas que, por aquellos años, comenzaba a crecer. En tanto se llevaba a cabo la obra, las escolares ocuparon algunas dependencias de la Casa Parroquial en la Plazoleta de la Iglesia: la casa del cura.
Inauguración del Grupo Escolar en los años 50
Varias acacias camuflan la fachada; la caduquez otoñal descubrirá su simetría y la sobriedad de los cinco balcones de madera, pintados de color marrón, abiertos en ella. Es amplio el vano de la entrada al colegio, una de sus puertas permanecen siempre cerrada y luce cada una un aldabón dorado de sorprendente llamada; un zaguán menudo y otra puerta algo más estrecha, rematada por un vitral semicircular, compuesto de vidrios triangulares unidos por varillas de plomo, nos adentran al colegio.
Las educandas irrumpen presurosas, determinadas a gozar de unos minutos de recreo en los patios. Las pequeñas en el “patio chico”, vigiladas por un grupo de maestras en corro coloquial. Recibe el patio las vistas de dos aulas o clases del primer piso; una escalera de obra lleva a ellas. A la derecha, un porche desapacible recoge desechos de madera de pupitres, también los bidones en los que se almacena la carbonilla, con la que se “echan los braseros” y, en un rincón, un montón de serrín que se utiliza en la limpieza de los suelos. Una puerta, en este sombrío lugar, comunica con la calle del Carmen; en medio quedan las dependencias de la Parada de Sementales del Estado. También la clase de la señorita Pilar se asoma al patio del que toma luz, su docencia se encarga del aprendizaje de las párvulas más pequeñas. Justo al lado se encuentra el pozo que surte de agua al edificio; la puerta que resguarda su luz es de madera y no encaja bien; un cubo de goma ensogado sube el agua al quejido de la carrucha. Cuando se abrió el comedor escolar, a mediados de la década de los años sesenta, se ubicó en una dependencia de este patio; se encargaban de la gestión, en un principio, Dº Mariano, maestro del Grupo Escolar de Niños; años más tarde sería otro maestro, Dº Juan Serrano, el encargado. Dos cocineras, Dolores y María, preparan los menús que diariamente toman las chavalas.
El repique de una campanilla marca el principio y término de la hora del recreo y también la instrucción matinal y de tarde. Esta labor corre a cargo de María Fernández, “María, la de las escuelas”. Con aire resuelto, su figura menuda recorre los pasillos para dar el aviso. María fue nombrada portera del Grupo Escolar de Niñas en abril de 1940, con derecho a vivienda. Durante el día ocupa las dependencias de la portería, a la izquierda de la entrada al “patio chico”. Su vivienda se encuentra en el último piso: una cocina con chimenea al frente y los dormitorios; estas dependencias se asoman al patio por unos ventanales resguardados por listones de madera.
María “la de las escuelas”
Desde el patio también se accede a las galerías en las que se ubican las clases. A la izquierda del pasillo, los aseos de las colegialas: unos menudos retretes, instalados en varias dependencias separadas. En esta galería tienen la puerta de entrada dos enormes aulas y al final otra puerta da acceso a la galería desde el portal, enfrente tiene la directora, Dª Pepita, su despacho. Un corredor conduce al “patio grande” si bien antes deja a su derecha la clase de Dª Sacramento y los aseos de las maestras. El patio recibe los ventanales de las aulas. Coincidiendo con el recreo, se nutre a las estudiantes con un vaso de leche en polvo. Al llegar la hora se forma con ese propósito, junto a la dependencia en la que se prepara el alimento, una fila bulliciosa y bullanguera de chavalas con un vaso en el que se escanciará la leche; algunas golosas se traen de casa varios terrones de azúcar liados en un papelito. La leche en polvo llega en una voluminosa bolsa de plástico recio dentro de unos bidones de cartón fuerte de gran tamaño. El Servicio Escolar de Alimentación de la Provincia se encargaba de la distribución de la asignación del producto a los distintos centros escolares. Para retirar la asignación, el ayuntamiento designaba un encargado que, con la debida autorización de la Junta Municipal de Enseñanza Primaria, acudía a la delegación del servicio en Jaén, para retirar la asignación. Eran de cuenta del ayuntamiento los gastos de descarga, embalaje, almacenaje y envasado; generalmente cincuenta céntimos por kilo de leche en polvo.
María, la portera, se asoma al patio grande y hace repicar la campanilla, su son detiene los juegos de las alumnas que abandonan el recinto en desbandada y retornan a las clases. Algunas a la inmediata de Dª Sacramento, a la de Dª Matilde …; otras, la mayoría, toman las empinadas escaleras y se distribuyen en las cinco aulas del piso superior: de Dª Carmela Sanjuán, de Dª Carmen Magaña, más tarde de Dª Mari Carmen Pastor, la de Dª Pepita…Dos de estas aulas dan a la calle; disfrutan por ello de claridad agradable durante la estación invernal, al albur de la decadente caducidad de las hojas de las acacias; su hojarasca seca se deposita en el suelo al arbitrio de la lluvia y del viento.
El patio grande
El segundo piso lo ocupan las cámaras, que dan a la calle, y la vivienda de María. Desde un rellano, que cede su frente a un espacioso ventanal, al final de la escalera principal, se sube a aquel piso. Tiene este rellano dos barandillas, que protegen de caídas, adornadas cada una, en su vértice, de un pomo dorado, remedando púlpitos eclesiales.
En el tránsito hacia el piso superior, quedan las clases que dan al patio chico. Las escaleras arrancan a la izquierda, guardadas por una barandilla de obra, y se curvan a la mitad impidiendo discernir el lugar al que conducen. Aunque ansiado por descubrir, está vetado a las colegialas: una mano negra se cobija en las cámaras; patraña que pone freno al curioso anhelo. Como señalé, en este piso, a la izquierda del pasillo, se encuentra la vivienda de la portera y siguiendo más adelante, tras varios peldaños, se asientan las cámaras del edificio: recurrente almacén de tochos de papel, expedientes archivados y un sinnúmero más que considerable de cachivaches.
Quien escribe hace lo que escribe sin atender a voces ajenas ni a imaginaciones propias; es fruto del legítimo conocimiento físico y temporal del que lo cuenta.
Del edificio escudriñé hasta los rincones más insólitos; presencié entradas y salidas de clase, recreos, el reparto de la leche en polvo, la hechura y disposición de los braseros de carbonilla en la tarima, bajo la mesa de la maestra; la exhaustiva limpieza y el blanqueo de las dependencias durante el mes de agosto, que llevaba a varios empleados del ayuntamiento a recorrer patios, pasillos y aulas, resguardados por la ropa más dispar pero efectiva, del peligro caustico de la cal contenida en un bidón cargado sobre una ruidosa carretilla, para revertir de limpieza blanca e higiénica las instalaciones; finalizada, queda un húmedo olor a serrín, a cal y a la lejía empleada al fregar los pupitres; la celebración anual que reunía a los maestros y maestras de los colegios de la población en una confraternal comida, para la que se habilitaba un salón de la planta baja, generalmente el de Dª Sacramento; la sobremesa incluía una justa poética, de la que era paladín Dº León Palomares; el convite de bodas celebrado en el “patio grande”, en noches veraniegas; confirmaciones, comuniones, el apostolado de los misioneros que de cuando en cuando llegaban a Villacarrillo y su catequesis dirigida a los educandos.
En cuanto a las personas conocí a maestras: Dª Pepita, por más vivía junto a mi casa, Dª Sacramento, Dª Carmela Sanjuan, Dª Carmen Magaña, Dª Pilar, Dª Matilde, Dª María Marín, Dª Mari Carmen Pastor … Conocí a María, la portera, Dolores conocida por Chocolatera, cocinera del comedor; viví con Paca, la Buempasa, tía carnal del que escribe, era la limpiadora y mi madre, María Molero, fue cocinera y limpiadora.
Señoras maestras en los años 60
Señoras maestras en los años 70
Un exhaustivo ejercicio memorístico y el bagaje afectivo que quedó adherido a mi sentimiento como piel, pudieran dar lugar a desvelar el lienzo y quede al descubierto la pasión del ánimo que, el que escribe, ha vertido sobre papel al expresar su vivencia y también las de colegialas de mandilón blanco, acuciadas por el campanario de las tres de la tarde, apretando en la mano un prieto ramo de rosas de mayo.
Limpio, claro y transparente. Sin madre que le enturbie. Al socaire de la claridad; consciente de su modesta cuna manchega, reposa el vino en la cuba, entre la pared curva que forman las duelas de madera, abrazadas por aros paralelos de metal.
Un tapón de corcho perfectamente embutido en la tabla, preserva la integridad del vino en su manejo y transporte desde la bodega; su extracción no es compleja, la acción horadante de un berbiquí permite que quede el grifo embocado. De esta forma se gobierna el escanciado del vino en jarras y botellas. Otrora, una goma introducida en la cuba, por la misma abertura, extraía por “succión” el manchego caldo hasta la botella, la jarra o la garrafa.
El mostrador se encuadra a lo largo del local; la pintura marrón oscura, descascarillada a roales (sic), que recubre la madera de la que se fabricó, deja entrever las tablas originales y muestra las huellas circulares dejadas por los últimos recipientes. Ocupan el local una docena de mesas de madera, alargadas, contoneadas por cuatro o cinco sillas de culo echado de enea.
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En unas estanterías minimalistas están colocadas varias botellas de licor y las jarras de barro en las que se trasiega el vino: un litro por jarra; existe otra de capacidad extraordinaria, para remates extraordinarios: el sobrero.
Aprovecha la esquina del local un habitáculo sin techo: el servicio; sólo aguas menores. Completa el cuadrángulo de este apartado una enteca puerta de acceso al interior, que queda a resguardo de la curiosidad y en salvaguarda del decoro; una superficie a ras de suelo ofrece un agujero minal por el que se evacúa el producto de la micción. Al estar a techo descubierto revela, inevitablemente, sonora y olfativamente, su uso: .- Al que se salga fuera, aquí está el martillo, – prevenía Mateo al usuario del servicio.
Aquí estuvo la taberna de Mateo. Fotografía al día de hoy. Archivo del autor.
Las dos fachadas que abrigan las puertas de entrada a la taberna de Mateo, conforman una perspectiva que tiene su origen en la arista de la esquina; por un lado la calle pendiente del Capitán Cortés, por el otro la adoquinada del Carmen. Durante el buen tiempo las puertas permanecen abiertas; unas cortinas de tela o de palillos, facilitan el paso de aire y estorban a las moscas. Cuando llega el invierno ocupan los vanos unos cierres acristalados que preservan del frío y dan claridad al local por los cuarterones acristalados que los parten en dos. En los días lluviosos se cubre el suelo del local con una vasta capa de serrín, en el ánimo de absorber el agua que la lluvia deja en los zapatos y paraguas de la clientela.
El aroma del vino, indeleble, prendida tácitamente en las cuatro paredes, singulariza el carácter del local. Botellas rizadas de medio litro, de las que contuvieron aguardiente, reparten el vino en terciados vasetes (sic) troncocónicos. Las tapas que acompañan a la liga se componen, básicamente, de garbanzos tostados, reposados en platillos ovalados como pedriza recién caída; salobres tacos, raspa y piel de bacalao o boquerones en vinagre vestidos de perejil y ajo, aliñados por Catalina, la esposa de Mateo. Hay ocasiones en las que alguno de los parroquianos se acerca a la inmediata tienda de Marcelo, junto a la Parada, y se trae media docena de civiles (sardinas tuertas), o unos tomates o pepinos que hacen, en este caso, más placentera la liga del mediodía veraniego.
El humo ennegrecido que suelta el tubo de escape del camión, oscurece el entorno conforme desciende, marcha atrás, desde la calle Alta hasta queda detenido junto a la entrada al puesto. Varios hombres bajan de la cabina, abaten la trasera del cajón y retiran la lona ennegrecida que lo cubre; queda al descubierto la carga: un considerable número de cubas, llenas y vacías, según vaya el reparto por los distintos pueblos. Del interior del cajón arrastran dos largos maderos que quedan ajustados a la trasera, procurando que guarden entre si la distancia ideal para que las cubas desciendan acertadamente hasta el firme de la calle, en donde quedan apoyados los palos; conjugan suelo, trasera y palos, un perfecto triángulo rectángulo. Las cubas se abaten hasta quedar horizontales en el filo del cajón y se avolean (sic) lentamente. Los empleados de la bodega domeñan el empuje de la cuba: la rulan y controlan por sus extremos hasta que su panza toca el suelo. Diestramente, haciendo que se desplace en un punto único, generan un movimiento giratorio sobre el barril, y otro movimiento de desplazamiento, que lo lleva a reposar en su destino definitivo en el interior de la taberna. Otra cuba contiene vinagre que se despacha a granel.
Mateo Ruiz Quesada, el tabernero de la calle del Carmen, nació en Villacarrillo el día 20 de diciembre de mil novecientos dos. Hijo de José Ruiz y de Manuela Quesada. Su esposa fue Catalina García: la afabilidad. Sus hijos: Manuela, Rafi, Catalina y Pepe. Recién casados tuvo el matrimonio un negocio de comestibles en la calle San Rafael, en la casa en la que más tarde vivió el pintor José Díaz, el Calé. El vino que despachaba, de La Mancha, se lo servía la bodega de Dimas Martín Trujillo.
Hubo entre Mateo y mi padre, Rafael Coronado, una gran amistad. Amistad aún más fortalecida al abrir aquel la taberna de la calle del Carmen, a escasos metros de mi casa, en el año mil novecientos cuarenta y cuatro. El local formaba parte de la vivienda de don Jesús Jiménez, el maestro; el arrendamiento duró hasta el año mil novecientos sesenta y siete, fecha en que a Mateo le llegó la jubilación. El vino que se vendía en la taberna de la calle del Carmen, también manchego, procedía de los Hermanos Muñoz y era tal la exquisita referencia que tenían de nuestro hombre, que cobraban el género una vez se había vendido la totalidad del pedido; Mateo lo mantuvo a la venta hasta su jubilación.
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De niño, tuve con la familia un trato muy cercano: para mí era “el chache Mateo”; estuvimos convidados en los matrimonios de sus hijos, las celebraciones se hacían por entonces en los salones de Quevedo y en “La Pista”, local situado en la calle Gómez de Llano; en Reyes, siempre hubo un regalo para mí; para la matanza llevaba “el presente” a la casa de la calle Navas. El presente era básicamente un plato de ajo brollo; para ellos era algo más que esto: picadillo de chorizo, de longaniza, de morcilla blanca y un buen trozo de lomo, diferenciados en platos apilados, separados por otros colocados boca abajo, depositados prudentemente en un holgado esportón; la propina era generosa también.
Cuando caía el frío Mateo se acercaba a mi casa a primera hora; sujeto por las asas llevaba el brasero con el que pretendía caldear el local: – ¡Rafa, cómo estás de ascuas!. En la chimenea se consumían palos y troncos de madera de oliva trazados en la poda. Mi padre llenaba el brasero con varias badiladas de brasas; seguidamente conversaban al reverbero de la lumbre y entibiaban las manos extendiéndolas sobre esta. El agua, empleada en la limpieza y en el enjuague del vidriado, la cogía de los cántaros basados en una cantarera, esquinada en el portal de mi casa; todavía no era realidad el agua corriente en los hogares de Villacarrillo.
Parroquianos, entre otros de izquierda a derecha: Rafael Coronado, Juan Parral, sobre una cuba Mateo, el guardia civil Francisco López; el escanciador es Juan de la Paz. Taberna de Mateo, 6 de abril de 1953. Archivo Fco. López.
El humo del tabaco, como una sutil gasa, envuelve a los parroquianos. Razonan, peroran, rajan, chismean; la vehemencia de sus confundidos discursos transciende al exterior sin que se discierna la trama de los diálogos. Las mesas reúnen en su entorno a las diferentes ligas: José María, el Gordo Alamea, y Diego, el campanero; aquél fija su doctrinario: – Diego, el vaso ni lleno ni vacío. Razonamiento que obliga a Diego a estar, como el otro, a carga y descarga; junto a ellos, el habitual grupo de hombres, que acaban de llegar del campo, cuelgan las barjas en la silla y principian la que es su liga habitual; alguno deja el mulo atado a la reja, mientras comparte las medias de vino; Manuel Bustos, el empleado del Ayuntamiento, lee un periódico sobre el mostrador, tras unas pequeñas gafas que se escurren por su nariz. De antiguo tiene la parroquia fieles clientes: Juan Parral, Rafael Coronado, Francisco López, Juan de la Paz, los hermanos Cuevas, el Calé, … ; el propio Mateo también comparte estas ligas; la clientela es numerosa, la calidad del vino es muy apreciada.
Con insistencia, una garrota golpea la puerta y se escucha la cantinela habitual:
– Los iguales para hoy, los iguales para hoy- con precaución entra Luis, Luis Jódar, el ciego de los iguales. Oculta los ojos tras unas gafas oscuras; una enorme boina, a medida, cubre su cabeza; la cara enrojecida, está salpicada por cuantiosas pupas.
– Vamos señores, vendo iguales. Por una peseta doscientas cincuenta.
Tantea el espacio hasta llegar a la mesa que ocupa habitualmente:
– ¿Hay alguien?- sin respuesta, deja caer el enorme corpachón sobre la silla y coloca la garrota entre sus piernas.
– Buenas a la parroquia, alguien quiere ciegos, por una peseta cincuenta duros, para hoy…- Mateo le sirve un vasete; sorbe y paladea el vino, y lleva el pulgar y anular de la mano hasta la comisura de los labios, en un acto habitual que la conciencia no percibe.
– ¿No ha venio Fernando por aquí?. Cucha el joío, mavía dicho que me esperaba aquí.- Fernando es su compañero en la venta de cupones; en ocasiones sirve de lazarillo de Luis; su vista, también mermada, le alcanza a distinguir medianamente.
Los chavales acuden a la taberna de Mateo a comprar el vino que habitualmente se gasta en casa; el envase, para tal menester, es una botella de cristal que igual podía ser de las que traían el coñac o el aguardiente o las de la gaseosa. Mateo amaga frente a la cuba de vino, introduce el pitorro en la botella y rota el grifo hasta que colma el recipiente; espera a que las burbujas de la espuma que borbolla desaparezca y completa la falta. Siempre hay un pequeño obsequio: un puñado de garbanzos, un trozo de bacalao, si bien lo que más complace a la chiquillería, son unas espadas pequeñitas de plástico de variados colores, que llenan el ocio de esta pequeña parroquia. Encontrar restos de vidrios a lo largo de la calle, junto a la humedad y el olor a vino, es clara evidencia de que el eventual siniestrado recibirá estopa.
Peña del Palo Seco. Años 60. Marcos Moreno, Antonio Muñoz, Agustín Muñoz, Mateo Ruiz, José Díaz el Calé, Cristóbal Moreno y Cristóbal Santafosta.
En la taberna, bajo auspicio de Mateo, y con la finalidad de postular en favor de la edificación de una barriada de viviendas en Jaén, patrocinada el gobernador civil de la época D. Felipe Arche, se fraguó la peña “El palo seco”. Unas escobas, graciosamente adornadas, eran su distintivo. La cuestación tuvo lugar en Sorihuela del Guadalimar y al objeto de divulgar el evento, la emisora de Villacarrillo, de la que era locutor Pepe, el hijo de Mateo, contribuyó, con la emisión de cuñas publicitarias, a acercar a la población de la comarca a aquella localidad. La postulación tenía la particularidad de que el donativo se echaba al suelo de la plaza por los caritativos concurrentes; después los miembros de la peña y alguna personalidad más, con ayuda de las mencionadas escobas, donadas por nuestro hombre, barrían el dinero postulado. Ejemplo claro de la humanidad desinteresada de Mateo. No hubo quien se fuera desatendido al solicitarle un favor. Su familia, amistades, los que llegamos a tratarle, así seguimos sosteniéndolo. Falleció Mateo Ruiz Quesada el día diecinueve de marzo, su segundo nombre era José, de mil novecientos setenta y ocho, en su casa de la calle Navas.
Puede que sea una de las casas más misteriosas y con más historia de nuestro pueblo. Ahora, tras la negociación del actual Equipo de Gobierno, con la familia propietaria del inmueble, se ha llegado a un acuerdo para que el Ayuntamiento de Villacarrillo se haga cargo de gestionar esta casa que, desde ahora, entra a engrosar el rico patrimonio histórico de nuestro pueblo. Sin coste alguno para las arcas municipales. Ahora, el trabajo será intenso para poner en valor este edificio de tres plantas cuyo interior está completamente modificado respecto a la estructura original. Se podría haber construido entre los siglos XVI y XVII. Se conserva su fachada original, incluyendo la rejería y la subida de escaleras, ornamentada por varios escudos del Santo Oficio de la Inquisición y una cruz ponteada.
Esta casa albergó las reuniones y debates del Tribunal de Villacarrillo y, quizás, el cumplimiento de las condenas más leves, impuestas por los tribunales provinciales, pero no se les daba muerte a los presos.
En Villacarrillo se establece un tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en 1484, que queda sometido al tribunal de Jaén, hasta 1526 en que desaparece éste; y a partir de entonces, hasta la abolición de la Inquisición en 1843, quedó bajo la jurisdicción del tribunal de Córdoba.
“Queremos que el pueblo se involucre, que la gente participe en esta recreación”. Estas podrían ser las frases que más se repitieron desde el primer momento, desde que se comenzó a gestar esta recreación histórica. Villacarrillo Resurge fue una nada que se convirtió en un todo. Tras dos años de elaboración: encargo del texto al dramaturgo Luis Felipe Blasco—tras la investigación y datos históricos aportados por Ramón Rubiales—, la búsqueda del elenco principal y las decenas de extras, las reuniones, las primeras lecturas, los ensayos en el Teatro Coliseo y en la propia plaza del Cerro del Águila…Tras dos años largos, repito, se obró el milagro el pasado 29 de junio de 2019. Más de 70 personas en la calle, haciendo teatro, vestidas de época: hombres, mujeres, niños y niñas…Jinetes y caballos, ganado, casas, un maravilloso atrezo…una fuente.
Así lo recuerda el alcalde de Villacarrillo, Francisco Miralles.
Todo el ambiente del siglo XV y una historia de amor que envuelve otra historia, la de nuestro pueblo, cuando éste dejó de ser un adelanto de Iznatoraf, en el año 1459, para convertirse en Villacarrillo, antes Torre de Mingo Pliego. Ni más, ni menos. Así fue como lo vivimos, así es como lo recordamos: con todo el cariño del mundo y con las ganas (locas) de volver a disfrutarlo. La idea es que se convierta en una de las citas más destacadas de nuestra agenda cultural. De momento solo podemos echar la vista atrás y sonreír, pero el futuro está ahí y viene con un aire de esperanza que nos tiene muy ilusionados.
Durante esta semana pasada, muchos/as de los/as protagonistas han querido asomarse a esta plaza nuestra para recordar y también proponer mejoras, porque hay que tener un sentimiento profundo de autocritica, ya que eso nos llevará a mejorar año tras año.