¿Qué os puede decir un hombre de escena para la vida real?
Quizá… un cuento…Sí… ¡eso es…! Un cuento…
Érase una vez, en un cercano país, que vivió una princesa, llamada Rosa. ¡La princesa Rosa! Y sucedió que hubo de partir inevitablemente a la guerra. Y se fue, sin más armas que, la espada de su tenacidad, y el escudo de su coraje.
En sus filas, capitanes y capitanas vestidos de blanco y verde, ¡sí!, como los médicos y enfermeras de los hospitales. Por ejército un montón de familiares amigos y amigas, dispuestos a dar su vida por ella.
Enfrente un oscuro y amenazador ejército con armas destructivas y terribles.
La batalla fue dura, muy dura, y la princesa resultó gravemente herida, incluso tuvieron que cortarle un pecho para salvarla, pero al final, su ejército venció, y ella siempre, mostró sus heridas como símbolo de victoria, a las futuras generaciones.
Y cuentan que mientras estaba convaleciente en su cama, los capitanes y capitanas, ¡si!, los que visten de blanco y verde, cuando la visitaban, le decían: “aún te queda mucha lata que dar, mucha risa que compartir, y mucha gente a la que amar, así que, di a la ¡MUERTE!, que te espere sentada, que no te va a poder llevar. Porque, donde flaqueen tus fuerzas las nuestras las reemplazarán, y tienes, la ineludible responsabilidad de elegir las emociones, que a tu mente quieres dejar entrar.
Y cuentan, que cuando ya pudo andar, y vestía con su presencia los patios de aquel hospital, quienes disfrutaban de su presencia, le compusieron un poema que así decía:
1
Dime, ¿qué se esconde en tu pecho?,
dime, ¿qué atormenta tus días?
Dime, ¿qué mal le has hecho?,
a ese dios al que tanto querías?
2
Hoy te vi entre paredes blancas
cambiando la sangre de tus venas
con tubos transparentes por cadenas
con ojos tristes y palabras mansas.
3
Y vi, que al salir miraste al cielo,
con cara tensa y dientes apretados
como si al azul, pidieses consuelo
de días de angustia, nunca buscados.
4
Fue ese canto desesperado
lo que ha llegado a rendirme el alma.
¿Cómo pueden pedirte calma?
Si el duelo final, ha comenzado.
5
Maldito cáncer, tu puño es fuerte
pero elegiste mal tu enemiga
espera sentada, taimada muerte
que no llegarás a verla vencida.
6
Y aquí nos tienes, de ti aprendiendo
Que este mundo necesita ejemplos.
Guerreras, en la calle y en los templos
para, poco a poco, ¡vivir venciendo!
Y cuentan que aquella princesa, disfrutó de una larga vida, y que dejó estos sabios consejos, antes de su feliz partida:
-Escuchad la música, no os limitéis a oírla. -Abrazad a vuestro perro, a vuestro gato, a vuestra gente, porque los abrazos curan. Leed un libro, cada vez que podáis.
-Hablad con la gente, olvidad el teléfono y las redes. -Viajad, si es eso lo que os gusta.
-Trabajad para vivir, no viváis para trabajar. -Haced lo que a vuestro corazón le haga sentir feliz, eso es bálsamo puro.
-Comed tarta, sin remordimientos ni culpas. -Decid a quienes queréis, que los queréis, a la menor oportunidad.
-Y siempre recordad que si algo os hace mal, ¡vosotras y vosotros, tenéis la posibilidad de cambiarlo, no desperdiciéis vuestro tiempo sintiéndoos frustradas, frustrados.
¡Ah!, y algo importante: Haced algo bueno por la humanidad, donad sangre, médula, sed solidarias y voluntarios, plantad un árbol… ¡Luchad por los demás! La vida no es una meta, sino un camino.
¡FELIZ VIDA A TODAS Y TODOS!
Firmado: La Princesa Rosa
Diego J. Marín